Crecí siendo admirador de Maradona. Su irreverencia me demostró que el débil sí puede ganarle al poderoso, que la creatividad y el espíritu de lucha bien encauzados pueden más que el dinero.
Lo demostró en México-86 y lo volvió a lograr con el Nápoles, en donde, a punta de goles y gambetas que significaron títulos, el sur de Italia se ganó el respeto del norte, por fin. Charly García, Calamaro y Fito definieron para siempre mi paladar musical. Buenos Aires era ciudad de referencia porque allí se respiraban fútbol, vino, carne y música de la mejor calidad. Pero todo lo anterior es parte del pasado y el fútbol es reflejo de una sociedad argentina que va en auténtica decadencia.
Este es el momento en el que algunos argentinos me invitarían, no muy amablemente, a discutir al respecto sólo cuando Colombia gane su primer Mundial. Los entiendo; viven en el hermoso pasado. Tal vez por eso son tan duros con su selección, a pesar de haber llegado a tres finales en tres años. Puede ser el único país en el que una derrota en una final desencadene tanto caos como el que desató la de la reciente Copa América.
Alguno dirá que eso es tener mentalidad ganadora. Mentira. El verdadero ganador sabe que el resultado es sólo una circunstancia. La vida les ha dado tres oportunidades en tres años para que lo entiendan, pero la frustración los ha hecho malos perdedores, los ha llevado a límites imposibles de entender, como desacreditar a Messi, el mejor jugador del planeta.
Olvidan que antes, cuando ganaban casi todo, partían con ventaja siempre. Arbitrajes dudosos, calendarios favorables, torneos continentales en los que tenían, todavía es así, más cupos de participantes que los demás, eran parte de cada copa disputada. Pero ya no es así. Para la muestra el vergonzoso desempeño en la Libertadores.
Antes, cuando todo lo ganaban, estaba vivo Julio Grondona, el hombre que manejaba el fútbol del continente desde su silla de capo de la mafia futbolera. La consecuencia es la de siempre cuando el poder se concentra en una cabeza y esa cabeza deja de existir: caos institucional de gravedad al que no se le ve solución.
Tengo amigos argentinos. Allá como acá son más las buenas personas. El problema es de inconsciencia colectiva, de valores. Menos mal todavía existen tipos como Messi y Mascherano. Los valores que en la cancha ellos encarnan podrían servir de referencia para encontrar un nuevo punto de partida.