Es definitivo. Cada vez somos menos los románticos enamorados del fútbol profesional colombiano. Una jornada como la de ayer, en la que programaron al mismo tiempo el partido entre Júnior y Millonarios y el derbi español entre Barcelona y Real Madrid, así lo demostró.
En la ciclovía se vieron más niños con camisetas de los equipos españoles que de Millos. El tema en el desayuno familiar tenía que ver con la crisis del Madrid y la manera como debía afrontar el clásico. La pregunta era si Modric iba a ser suficiente al lado de Kross para detener el tridente ofensivo blaugrana y las apuestas entre amigos se repartían entre merengues y culés.
No creo que lo anterior sea consecuencia del evidente nivel superior de Messi, Cristiano y compañía, contra el que Insúa, Michael Ortega y demás poco pueden hacer. El fútbol colombiano, a pesar del nivel, tiene una fortaleza que no es bien aprovechada por parte de sus dueños, la localía.
El amor por el equipo de la tierra no debería ser superado por nada, y seguramente así lo entendieron los hinchas azules y tiburones, pero el juego de Barranquilla en otros tiempos era un partido de interés nacional. Un compromiso que reunía a todo el país en torno a él.
Programar ese juego a la misma hora del Barcelona vs. Madrid sólo puede ser consecuencia de uno de dos factores. O existe una prepotencia desproporcionada que no les permite a quienes programan los partidos ver más allá de nuestra frontera, creyendo que la gente compra el fútbol colombiano a pesar de lo que sea, o hay un nivel de ignorancia también inmenso que no les deja entender que en un mundo globalizado, incluso en lo relativo al fútbol, hay que saber competir con todos.
Ya no es solamente que no fueron capaces de negociar con los mayores cableoperadores, o con las canales públicos, o con Fox y Espn para llevar nuestro fútbol a las mayorías, sino que ponen los partidos estelares a la misma hora de los mejores juegos internacionales.
Queda una generación, a la que pertenezco, que todavía es fanática del fútbol local y, en últimas, compramos lo que nos vendan. Vamos al estadio a altas horas de la noche desafiando la inseguridad que se vive en nuestras ciudades. Asistimos a estadios vetustos cuyos baños son sucios y los asientos están rotos, si es que hay asientos. Hacemos de todo para ver a nuestro equipo y lo hacemos con amor. Pero los dueños del negocio se aprovechan de eso. Tan sólo les interesa llenar sus bolsillos en tiempo presente. Tal vez mañana, cuando los románticos se acaben y sea demasiado tarde, decidan pensar en la gente.