Levantar el vuelo después de una caída como la del martes ante Japón nunca fue el fuerte de Colombia.
En el entorno y en la cancha en el juego ante Polonia se demostró que hacerlo ahora hace parte de la normalidad.
El ambiente nunca se enrareció. El ambiente ante la derrota fue de acompañamiento y comprensión, de confianza en el talento de los jugadores. Y lo más importante es que adentro, que es donde realmente se arreglan los problemas, el trabajo tras el episodio nipón, se vio, fue impecable.
Una vez más se demuestra que mantener aislada a la selección funciona bien, que una de las especialidades de Pékerman es cambiar la frustración de una derrota por las ganas de cambiar el rumbo y una de las especialidades de sus jugadores es confiar ciegamente en su método, tanto en lo motivacional como en lo táctico y estratégico.
Lo demás, lo que vimos en la cancha, no es otra cosa que la consecuencia de lo hecho en estos días posteriores a la derrota ante Japón. El técnico volvió a sorprender con la formación, planteó un partido sin miedo, lleno de atacantes incluyendo a Mina que por su estatura no solo era ideal para anular a Lewandowski sino en el juego aéreo ofensivo y el de Guachené le cumplió.
Decir que fue el mejor partido de Cuadrado con la selección en años y que James en los mundiales se transforma, o que Quintero demostró que su convocatoria solo tuvo que ver con lo futbolísitico es redundar.
Hubo muchas más notas positivas en lo individual (Barrios, Ospina, Falcao y más) pero eso no es otra cosa que el resultado de un trabajo colectivo mental que comenzó cuando sonó el pitazo final ante Japón.
A Senegal hay que ganarle sí o sí pero este equipo ya tiene viento en la camiseta, el que le quiera ganar tendrá que desdoblarse y aunque todo puede pasar este Mundial ha demostrado que el país ha madurado enormemente en su cultura deportiva.
Ese es el legado más lindo que esta generación nos puede dejar. Ahora somos más calmados en la derrota y vamos aprendiendo a tener mesura en la victoria. !Vamos!
