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El 7 de mayo de 2000, tras una serie de desaciertos, incluida la captación ilegal de acciones por parte de la familia Gil y Gil, “propietaria” del club, el Atlético de Madrid selló su descenso a la segunda categoría del fútbol español.
Tras una temporada en el sótano, sus directivos lanzaron una campaña para captar nuevos socios, pusieron la casa medio ordenada, estructuraron una estrategia a largo plazo y en 2002 volvieron a la primera división.
El regreso no fue nada fácil; apenas les sonrió la mitad de la tabla hasta 2008. Las deudas pendientes continuaban dificultando el desarrollo del club. Tenían embargada hasta la marca. No hace mucho estuvieron en Colombia, jugando incluso en el vetusto estadio de Neiva para recoger algunos euros que les permitieran asegurar su operación anual. Pero allí ya llevaban la mitad del camino recorrido, hicieron maniobras dentro de la legalidad para conseguir jugadores de primer nivel sin invertir dinero del club, como Falcao; un entrenador de las entrañas que le devolviera la identidad, como Simeone; patrocinios importantes, mercadear la marca y unir las fuerzas para que, a partir de lo institucional, el equipo colchonero volviera a ser lo que es. El resultado es conocido por todos. Campeones de España, dos ligas de Europa, una Supercopa europea, una Supercopa española, una Copa del Rey y finalistas de una Champions, todo en poco más de cuatro años. El viernes anunciaron con orgullo un récord para el club jamás imaginado: más de 72.000 socios y 45.000 abonados para esta temporada.
Traigo a colación el ejemplo de un gigante dormido hasta hace unos pocos años para demostrar que es cambiando la estructura institucional de los equipos que se puede cambiar el rumbo de un negocio deprimido. No es ampliando la cantidad de equipos en primera división que se va a lograr que la gente vuelva a ilusionarse con nuestra Liga. De nada sirve esto si los equipos beneficiados con la medida no cambian su manera de funcionar. Deben sanear sus finanzas, buscar inversionistas, que los hay, trabajar en divisiones menores, en la identidad futbolística de su región.
La Dimayor también puede ayudar. Es hora de exigir a los gobiernos locales que los estadios por los que pagan estén en buenas condiciones para que la gente vaya a ver un verdadero espectáculo. Es momento de ir decididamente a vender los derechos de TV del fútbol a los mayores cableoperadores para que vuelva a estar al alcance de todos y vuelva a estar en boca de las mayorías. Hoy hay mucha más gente que puede ver el fútbol de Europa y no el colombiano, y así, este último va perdiendo importancia en el corazón de los hinchas. Si Claro y Une aún no tienen la señal del fútbol no es por otra cosa que por la falta de una gestión adecuada por parte de quienes manejan el tema en la Dimayor. La mayor exposición traería más patrocinadores, más emociones y, por ende, más gente a los estadios. Es evidente que hay muchas cosas diferentes por hacer para que nuestra Liga vuelva a ser tan importante como antes.
