Para algunos, el hecho de que la Fifa le haya entregado el mundial al continente africano responde al pago de favores a cambio de votos en la última elección de Joao Havelange y el posterior mandato de Joseph Blatter.
Para otros, es una demostración de que el máximo órgano del balompié lleva el fútbol a todo el mundo, sin diferenciar razas, distancias ni poderíos económicos. Lo cierto es que un mundial en Sudáfrica es realmente distinto, y estando acá se notan las diferencias con el primer mundo. En pleno 2010, y después de dos mundiales que parecían arrancados de una película de ficción, como en Japón y Korea, y, posteriormente, en Alemania, donde encontrábamos grandes autopistas, accesos rápidos a internet, centros de prensa del siglo XXI, estadios con techos y grama movedizas y hasta robots que cumplían funciones humanas.
En Johannesburgo el fútbol vuelve a su estado más humano. Calles polvorientas, edificios viejos y destruidos que contrastan con algunas pocas torres modernas. Como cuando Clinton visitó Cartagena. Buses viejos, Transmilenio en construcción y el metro es apenas un proyecto; no estoy hablando de Bogotá: es Johannesburgo.
Personas alegres y tranquilas caminan por las calles y le hablan a uno como si se tratara de un viejo conocido. Las vuvuzelas (cornetas chillonas) suenan en las calles en señal de fiesta. En la autopista que sale del aeropuerto, donde están aún tapando huecos, los obreros levantan sus picas y palas para saludar a los buses de extranjeros que llegan para el Mundial y, a la hora de hacer un trámite, no hay fila que valga, las demoras son increíbles, los recibos no existen y el check-in en el hotel, sin mucha gente alrededor, puede demorarse unas dos horas. No les estoy escribiendo sobre Barranquilla, sigo hablando de Johannesburgo, la capital mundial del fútbol que hoy comienza su fiesta más bonita.
Por conveniencia o por convicción, no lo sé. Lo cierto es que la Fifa le recuerda al mundo que el fútbol es de ricos y pobres, cultos e incultos, de la realeza, pero también de los plebeyos. Es de todos y para todos, sin distinción alguna. Finalmente, para estar pendientes de esta fiesta, sólo se necesita mucho amor.