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Mundial africano

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Antonio Casale
15 de junio de 2010 - 01:53 a. m.
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Para algunos el hecho de que la Fifa le haya entregado el Mundial al continente africano responde al pago de favores a cambio de votos en la última elección de Joao Havelange y el posterior mandato de Joseph Blatter.

Para otros es una demostración de que la Fifa lleva el fútbol a todo el mundo, sin diferenciar razas, distancias ni poderíos económicos. Lo cierto es que un Mundial en Sudáfrica es realmente distinto, y estando acá se notan las diferencias con el primer mundo.

En pleno 2010, y después de dos mundiales que parecían arrancados de una película de ficción, como quiera que en Japón y Corea así como en Alemania encontrábamos grandes autopistas, accesos rápidos a internet, centros de prensa del siglo XXI, estadios con techos y grama movedizas y hasta robots que cumplían funciones humanas, en Johannesburgo el fútbol vuelve a su estado más humano.

Calles polvorientas, edificios viejos y destruidos que contrastan con algunas pocas torres modernas, Johannesburgo maquillada como cuando Clinton visitó a Cartagena, buses viejos, Transmilenio en construcción y el metro es apenas un proyecto; no estoy hablando de Bogotá, es Johannesburgo, la capital del Mundial del fútbol que hoy comienza su fiesta más bonita.

Personas alegres y tranquilas caminan por las calles y le hablan a uno como si se tratara de un viejo conocido. Las vuvuzelas (cornetas chillonas) suenan en las calles en señal de fiesta, en la autopista que sale del aeropuerto, donde están aún tapando huecos, los obreros levantan sus picas y palas para saludar a los buses de extranjeros que llegan para el Mundial y a la hora de hacer un trámite, no hay fila que valga, las demoras son increíbles, los recibos no existen y el check in en el hotel, sin mucha gente alrededor puede demorarse cerca de dos horas. No les estoy escribiendo sobre Barranquilla, es Johannesburgo, la capital mundial del fútbol que hoy comienza su fiesta más bonita.

Por conveniencia o por convicción, no lo sé. Lo cierto es que la Fifa le otorgó el Mundial de fútbol a un país en vía de desarrollo y a partir de hoy, le recuerda al mundo que el fútbol es de ricos y pobres, cultos e incultos, de la realeza pero también de los plebeyos. El balompié es de todos y para todos sin distinción alguna. Al fin y al cabo para estar pendientes de él, sólo se necesita un balón y mucho amor.

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