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En tiempos en que la polarización es cada vez más irreconciliable en todas las esferas, lo que sucedió la semana pasada en la inauguración de la academia de tenis de Rafa Nadal reconforta.
Una de las rivalidades más emblemáticas de todos los tiempos es la que han encarnado Roger Federer y Rafael Nadal. Cómo olvidar aquella batalla en Wimbledon de 2008 en la que tras cuatro horas y 48 minutos disputaron la final más larga de la historia, definida por 9 a 7 en el quinto set a favor del español, quien de paso cortó una racha de cinco trofeos levantados de manera consecutiva en la catedral del tenis por parte del suizo. Para muchos, ese fue el mejor partido de la historia del tenis. Se han enfrentado 34 veces con un saldo favorable para Nadal de 23 victorias contra 11 del Federer. A decir verdad, Rafa fue el único capaz de derrotar de manera consistente y permanente a Roger en tiempos de su dictadura tenística.
Habría razones de sobra para que entre ellos no existiese una buena relación. Cada vez que se enfrentaron estuvo de por medio el honor, que no es poca cosa cuando se trata de los dos mejores exponentes del tenis mundial en lo que va corrido de este siglo. Cuando está en disputa el honor, hay alteraciones del ego que no son fáciles de manejar. Asimilar las derrotas en esas condiciones no es sencillo.
Además, aunque de esto poco se hable, siempre hubo mucho dinero de por medio. Por ejemplo, en aquella épica batalla de 2008 estuvieron en disputa 350.000 libras esterlinas de diferencia entre el ganador, que se llevó 750.000, y el perdedor, que se quedó con la mitad. Cuando hay tanto dinero es fácil que se quiebren las relaciones.
Nadal y Federer no son los mejores amigos y no tienen razones para serlo. Pero su relación representa una lección de ética, respeto, tolerancia y humildad para un mundo que necesita ejemplos de conciliación en la diferencia.
La semana pasada Nadal invitó a su rival de siempre a la inauguración de su academia de tenis en Mallorca. Ahí estaban los dos. El español feliz por ver cumplido su sueño y el suizo honrado por la invitación, acompañándolo. Los dos saben que su rivalidad fue necesaria para exigirse más en el día a día y así mejorar permanentemente. Nadal con su espíritu de luchador y Federer con la elegancia que lo caracteriza han maximizado la escala de valores que promueve el tenis (sacrificio, disciplina, carácter, tranquilidad mental para enfrentar las adversidades, preparación y tantos más).
El deporte no gana guerras ni les suministra el tan codiciado poder a los políticos y magnates del planeta. Tal vez por eso ellos no lo ven tan en serio, pero si tomaran ejemplo de la manera como Nadal y Federer han rivalizado a lo largo de sus vidas, seguro el mundo tendría un mejor futuro.
