A punto de comenzar un nuevo torneo, muchos son los equipos que contratan jugadores y pocos los que se refuerzan. La diferencia entre una cosa y otra es grande. Aunque en nuestro medio hay pocos jugadores desequilibrantes, hay unas cartas con pasado reciente exitoso que les permiten pensar a los equipos que se reforzaron de verdad.
El margen de error al contratar a jugadores como Sergio Herrera, el panameño Barahona o Iván Vélez se reduce bastante, esos son refuerzos. En cambio, cuando a un equipo llegan hombres cargados de ilusiones pero con hojas de vida que no muestran nada interesante, son apenas contrataciones para tapar huecos. En muchos casos para quitarles la oportunidad a jugadores de las inferiores que lo podrían hacer igual, capitalizando algún activo para el equipo. Claro que a los contratados les puede ir bien, es el deseo de todos, pero el margen de error es amplio.
Lo curioso es que la mayoría de equipos que contratan, en vez de reforzarse están pasando por angustias económicas, consecuencia, entre otras cosas, de años y años fichando mal y botando el dinero. Es ahí cuando me surgen varias preguntas cuyas respuestas aunque son obvias se quedarán ahí, flotando en el mar de la rareza, como la mayoría de situaciones del fútbol colombiano.
A estos jugadores, ¿nadie les cuenta que en esos equipos no pagan?, ¿por qué se sigue permitiendo que equipos endeudados en sus sueldos puedan efectuar contrataciones?, ¿acaso los que llevan estos jugadores a sus instituciones tienen otro tipo de negocios particulares para engrosar sus bolsillos aunque las arcas de los equipos sigan agrandando el hueco financiero?
Si las cosas fueran transparentes, los equipos endeudados tendrían que jugar con sus divisiones inferiores. Los hinchas tolerarían más una campaña regular con jugadores de la casa, que otra eliminación con mercenarios del balón. Habría otros factores de identidad que seguro lograrían una actitud distinta en la cancha y en las gradas.
Mientras tanto, a los pobres jugadores, conocedores de toda la geografía suramericana y con mucha camisetas en su armario de tanto reciclarse, les siguen pegando abajo. Ellos tienen que comer, pero ¿a qué costo?, ¿el de cobrar sueldo cada cuatro meses?, ¿el de soportar el insulto de la tribuna cuando la campaña represente otro fracaso y se les tilde de faltos de actitud sin tener en cuenta que el entorno institucional no les es favorable?, ¿el de llegar a equipos históricamente grandes aún sin el nivel ni la preparación mental para soportar la presión? En parte son culpables, porque todavía no están verdaderamente unidos para enfrentar tanto maltrato de parte de sus patrones.