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Adoro a Pékerman, al igual que la mayoría de colombianos que tenemos un único y sano interés común: que al equipo le vaya bien. Pero sigue creciendo la sumatoria de intereses individuales que lo quieren sacar del puesto, y él tampoco se ayuda.
Le caen dardos al argentino desde el campamento del aspirante a suceder a Bedoya como presidente de la Federación, pues dan como hecho que el escándalo de la Conmebol terminará sacándolo de su cargo. Pékerman ya sabe que el eventual sucesor de Bedoya no lo tiene en sus planes. Necesitan los futuros “dueños” un técnico manualito, que los haga sentir jefes, que consulte las decisiones con su círculo de empresarios y demás miembros del poderoso circo.
Le caen bombas a Pékerman desde algunos micrófonos. Es increíble que a estas alturas sea necesario recordarle a la opinión que sus resultados son los mejores de la historia. Cuestionar y opinar son deberes sanos del periodismo. Pero lo anterior se convierte en persecución cuando se trata de algo sistemático acompañado de un lenguaje insultante. A eso tienen sometido a Pékerman y parece ser consecuencia de que el técnico, en uso de su derecho, no se ha acercado a ellos a consultarles sus decisiones, una ofensa inaceptable para sus enormes egos.
Los jugadores no ayudan. Ninguno ha salido a respaldar a Pékerman. Las bellezas que hablaban de él durante el Mundial ya no se oyen y, por el contrario, ellos mismos filtran versiones a la prensa que hablan de un camerino enrarecido.
El propio Pékerman tampoco se ayuda. Luce perdido, sus recientes decisiones antes y durante los partidos carecen de claridad y poco a poco pierde liderazgo dentro del grupo. En las convocatorias entran y salen cada vez más nombres raros en un claro síntoma de tener el norte embolatado.
Lo cierto es que el enfermo no está tan grave como parece. La Copa América no fue la esperada, pero tampoco un desastre. La eliminatoria comenzó dentro de lo normal, con victoria como local y derrota en un partido “perdible” ante Uruguay de visita. No sé desde cuándo nos creemos de mejor familia. Exigimos que Colombia juegue como Brasil 70 y nos olvidamos de que a duras penas hemos pisado los cuartos del Mundial pasado como máximo logro histórico. Aprender a ser un país ganador incluye saber poner los pies en la tierra.
Pero Pékerman tiene la soga al cuello. Tristemente, salvo un empate y una victoria acompañados de juego vistoso, el capítulo del argentino estará muy cerca de ser historia y estaremos condenados a volver a un pasado lleno de dolorosas derrotas.
