Al final del juego los hinchas del Barcelona ovacionaron a los jugadores del Atlético campeón. A la salida del Camp Nou les hicieron calle de honor a los dos mil hinchas colchoneros que celebraban la obtención del título de España.
Los seguidores culé sacaron la cara por una institución que, como casi todos los imperios de la historia, terminó por autodestruirse, víctima de la soberbia.
En la cancha Messi firmó su peor temporada y no propiamente por un bajón. La falta de actitud terminó en silbatina. Bajones de rendimiento tenemos todos, lo que no se puede concebir es la falta de ganas.
De Messi para atrás se derrumbó el dominó. Ya Guardiola se había ido porque los jugadores no respondían con intensidad en los entrenamientos. A Vilanova nunca le caminaron y a Martino menos. El grupo perdió hambre de gloria tras haberlo ganado todo y el reflejo de lo que sucedía en la semana se comenzó a ver en la cancha el domingo. Se demostró una vez más que al talento hay que acompañarlo con sacrificio.
El tiki-taka tan aplaudido por muchos terminó siendo lo que siempre fue y lo que siempre será, antes y después de esta maravillosa generación de jugadores. Un toque toque aburridor. Pocas veces el fútbol volverá a ver a tantos extraterrestres juntos para interpretar el libreto como ellos lo hacían; no fue más que una ilusión. Gracias a Dios el fútbol, a partir del sábado, volvió a ser de los terrícolas, de los que necesitamos suplir la falta de talento con sacrificio y dedicación.
Pero el imperio culé no se derrumbó sólo porque los jugadores perdieron sed de gloria; total, nadie les puede quitar lo bailado. La hecatombe es institucional. Envuelto en escándalos de corrupción, el Barcelona pasó de ser más que un club, como reza su eslogan, a ser un club más. Millonarias deudas tratan de ser resueltas con acciones mercantilistas que en nada se parecen a las no tan lejanas épocas en que el patrocinio de la camiseta no se vendía porque no tenía precio. Ese tan sólo era uno de los muchos gestos que hacían del Barcelona un grande, diferente a los demás grandes.
En medio de ese afán mercantilista, sus directivos prefirieron a Neymar para vender camisetas antes que reforzar un equipo que pide a gritos defensas centrales, laterales y volantes de primera línea. La tal masía, cuna de esta generación, ahora está en el ojo del huracán por cuenta de la explotación a menores y hace un buen rato no presenta algún estelar para mostrar en el primer equipo.
Sí, para la historia quedarán todos los logros y las buenas maneras utilizadas para conseguirlos. Lamentablemente pocos se acordarán de la manera como terminó el cuento de hadas. En consecuencia, una vez más queda condenada la humanidad a continuar repitiendo eternamente finales tristes por cuenta de la soberbia y la codicia.