Los de mi generación nos creíamos invencibles cuando teníamos entre 20 y 30 años. Pensábamos que no existía ningún obstáculo insuperable.
Despedimos el siglo pasado y recibimos el actual creyendo que el mundo se rendiría a nuestros pies, como sucedía con los héroes de la época. Pasado el tiempo, ya con algunas derrotas de vida a cuestas, nos sentimos viejos. Sobre todo cuando aquellos héroes, tan invencibles como nosotros, comenzaron a retirarse. Tal es el caso del gran Rivaldo.
Más allá de los logros obtenidos como 10 en la obtención de un Mundial de Fútbol (2002), una Copa de las Confederaciones y una Copa América con Brasil, así como una Champions y una Copa de Italia con el Milán, dos ligas españolas, una Copa del Rey y una Supercopa de Europa con el Barcelona, un brasileirao con Palmeiras y un puñado de títulos en Grecia y Uzbekistán, Rivaldo nos deja imborrables huellas en el corazón que tenemos en forma de balón.
Junto a Ronaldo y Ronaldinho fue uno de los artífices de las trasnochadas más felices de la historia de muchos durante el Mundial de Corea y Japón. Rivaldo nos deleitó con demostraciones de talento que en tiempos de Messi y Cristiano ya parecen normales, pero que en aquellos años de fútbol ultradefensivo eran un tesoro.
Rivaldo terminó siendo un trotamundos. Sus últimos logros son más bien propios de la alegría brasileña. Terminó siendo presidente y jugador del modesto Mogi Mirim paulista, en donde marcó un hito, no propiamente por los trofeos conseguidos, sino por haber hecho debutar a su hijo de 18 años, Rivaldinho. Juntos, padre e hijo, estuvieron en la cancha de manera oficial varias veces, aunque quedó demostrado que al vástago le va a costar mucho emular a su maestro.
Nunca estuvo metido en ningún escándalo, fue de los últimos futbolistas reconocidos solamente por lo que hacían en el marco de su profesión y no por ser una rockstar. Sus chilenas, tacos, regates y pases punzantes de aquella época, hoy se las pelearían las principales marcas del mundo, dispuestas a pagar millones. Las modelos más cotizadas harían lo que fuera para salir en las portadas de las revistas como las dueñas de su corazón. Pero Rivaldo, el evangélico, el 10 también de una familia común y corriente, nunca se prestó para esas cosas.