Esta situación del equipo albiazul es tan inesperada como difícil de analizar. Se necesita cabeza fría y eso en el fútbol es complicado en los malos momentos. ¡A corregir!
Acostumbrado a ser un grande en problemas, el equipo azul siempre había sido fácil de descifrar. La mayoría de las veces la nómina no era acorde con el pedigrí de un equipo como Millos; otras tantas se contrató a un entrenador no idóneo para el cargo. También recuerdo que los problemas económicos hicieron difícil el buen desempeño. Si no había para pagarles a los jugadores estos no respondían en la cancha. Las crisis institucionales también se convirtieron en tradición y esto siempre termina repercutiendo en lo que pasa en la cancha.
Pero pocas veces Millonarios ha estado inmerso en alguna crisis deportiva en la que se hace difícil encontrar respuestas. Recuerdo una por allá en 2008. Los directivos de la época gastaron lo que no tenían para darle un gran equipo a la hinchada. Trajeron al ecuatoriano Hurtado, mundialista en Alemania, al panameño Tejada, a Milton Rodríguez, Miguel Rojas y Mauricio Casierra, estos últimos campeones de Libertadores con Once Caldas. Todo un equipazo para la época. Al final se quedaron por fuera de los cuadrangulares por escaso margen. El equipo de Quintabani, que venía de ser campeón con Nacional, nunca arrancó. Inexplicable.
Para este año las cosas son similares. Solamente un milagro cambiaría el rumbo de una nave que luce perdida en alta mar. Nada ha salido. En el primer semestre se produjo la eliminación prematura en las dos competencias en las que estaba el equipo. En el segundo la dolorosa salida ante el rival de patio en Suramericana y la difícil permanencia en Liga y Copa hacen presagiar lo peor en cuanto a resultados. En la cancha no se ha visto, más allá de las ganas de los jugadores, alguna expresión que corresponda con lo que la gente espera. Los directivos hicieron lo que corresponde, armaron una nómina competitiva conformada con la base campeona de 2017 reforzada con jugadores buenos para el medio. Todos ganadores. Este Millonarios, a diferencia del que fue campeón hace unos meses, cuenta con 15 jugadores de primera categoría para afrontar las competencias en las que ha estado involucrado. En especial la manera como se armó la nómina para el segundo semestre daba para soñar con grandes cosas.
Miguel Ángel Russo es un técnico de esos ganadores. No solo es la estrella con Millonarios. Es la Libertadores con Boca, es todo lo que ganó como técnico pero también como jugador en Estudiantes de La Plata lo que lo respalda. Pero al mismo tiempo eso lo hace terco y obstinado. Russo entiende el juego como un deporte atlético, de choque, de mucha entrega y concentración, pero no le gusta juntar a dos o tres tipos que pongan la pelota al piso. En Boca le bastaba con Riquelme. En este Millos con Marrugo, pero jamás lo va a juntar con otro de sus mismas características. Para Russo con uno de esos es suficiente. Su sistema de cuatro defensas, dos volantes de marca, dos extremos, un media punta y un delantero es su impronta y con esa se va hasta el final.
El problema es que los rivales ya le cogieron el tiro. Tapan la salida por los costados, esperan un poco y contragolpean. Listo, la defensa azul, que pasa por un mal momento, se encarga de facilitarles el resto.
Russo es un tipo querido por la afición. Tiene todavía crédito, pero si no se reinventa, si no entiende que en Colombia la pelota en el piso marca las diferencias, terminará yéndose como villano y no cómo el héroe que es. Le queda poco margen de maniobra.
