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Ser capaz a partir del fútbol

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Antonio Casale
22 de septiembre de 2014 - 02:12 a. m.
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Se da como un hecho que quien compra una entrada para un partido de fútbol tiene derecho a insultar a los jugadores, al árbitro, a los hinchas del equipo rival y al que se atraviese en su camino.

También se ha convertido en costumbre que, amparados en el derecho de libre expresión contemplado en la Constitución, los “aficionados” hayan convertido las redes sociales y los foros en escenarios de agresiones.

Es verdad que el fútbol como fenómeno social representa un tubo de escape a todas las tensiones generadas en la vida diaria de las personas, no hay mejor escenario para la catarsis que un partido. Pero lo que se ve en los estadios y en la red como consecuencia de ese desahogo es una muestra más de que la sociedad está muy enferma.

El fútbol es el escenario ideal para comenzar con la reconciliación nacional. Bueno sería que todos entendiéramos que este deporte representa la ocasión perfecta para que aprendamos a respetar las diferencias, a amar los colores del equipo propio sin necesidad de agredir, así sea tan sólo verbalmente, a los seguidores del equipo rival, a entender que los jugadores y los árbitros se equivocan simplemente porque son humanos y un madrazo en su contra, lejos de lograr que su rendimiento mejore, los bloquea mentalmente. A reconocer que el único derecho que uno tiene al comprar un tiquete para un partido es el de observar y disfrutar de un espectáculo. A comprender que las opiniones expresadas en las redes no necesariamente tienen que ser compartidas por todos en lo conceptual y que la gracia de la discusión radica en no estar de acuerdo, pero sin agresiones de ningún tipo.

Pero lo anterior sólo se puede lograr si cada quien lo interioriza desde lo individual y lo convierte en acciones. Sólo de esa manera, a partir del autocontrol y de la consecuente censura colectiva a todas las acciones violentas, que van desde los coros que se entonan en los estadios agrediendo a los rivales hasta la violencia mal intencionada que se ve a veces dentro del terreno de juego, lograremos que nuestro amado deporte vuelva a ser un plan familiar, sano y libre de odios.

Sé que todo lo expuesto parece una utopía, pero vale la pena soñar con que el fútbol pueda ser ese elemento que marque un verdadero espejo de reconciliación, pero no solamente cuando juega la selección, al fin y al cabo unirnos alrededor de un equipo al que todos apoyamos es muy fácil. Lo difícil es hacerlo cuando hay colores de por medio que nos dividen. En ese sentido, vale la pena que cada actor de este circo, llámese jugador, entrenador, periodista, directivo, periodista, hincha o cualquier amante de la pelota se haga un examen de conciencia, revise su accionar alrededor del fútbol y después pueda ser verdaderamente capaz de cambiar.

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