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Tal vez tengamos que acostumbrarnos a ver a la selección de Colombia jugando como le ganó el jueves en Paraguay. Los tiempos de la verticalidad exquisita parecen haber terminado. Ya no hay quien desborde por las bandas como lo hacían Zúñiga y Armero; si acaso Cuadrado. Ya no hay a quien levantarle el balón porque no está Falcao. Los hombres de ataque de ahora saben que son muy pocas las opciones de generar valor ofensivo.
La nueva generación aporta mayor consistencia defensiva, pero sacrifica opciones de ataque. Con Arias y Díaz se ganó consistencia en la marca por las bandas. Los Murillo y Mina parecen ser los hombres ideales para solucionar los eternos problemas en el juego aéreo. Hombres para marcar en la mitad es lo que hay. Sánchez y Aguilar tienen bastante por delante todavía. Torres apenas llega. Barrios, Pérez, el mismo Medina pueden pelear por un puesto allí en los próximos años.
En cambio, para generar juego no hay tantas armas como creemos. Si no está James, es evidente que la cosa se complica, pero además del diez ninguno ha sido lo suficientemente consistente como para generar tranquilidad. Todavía dependemos de Teo y Cuadrado cuando están. Bacca es un gran jugador, pero está lejos de ser el Falcao de los mejores tiempos. Muriel, Cardona, Marlos, Martínez, Berrío, Macnelly y compañía son altamente irregulares como para pensar en que tomarán la batuta ofensiva.
La selección del Mundial tenía varias opciones para generar peligro. Era su principal objetivo porque tenía armas para ello. Dos años después todo parece indicar que, de acuerdo con las herramientas que ofrece la nueva generación, tendremos que acostumbrarnos a un equipo más luchador, enredador, que se haga importante sin el balón.
Todos los métodos son válidos para ganar si se ejecutan bien. El libreto del jueves ante Paraguay puede marcar el nuevo norte de la selección rumbo a Rusia. Lo demás es cuestión de gustos. A Italia siempre se le verá bien defender ordenadamente para después contraatacar y liquidar con alta efectividad, parecida a su pueblo, pasional, acostumbrado a disfrutar el sufrimiento. Asimismo, uno esperaría que Colombia siempre fuera ofensiva y alegre, que tratara bien al balón, que se pareciera a un país igualmente fiestero.
De todos modos, en un mundo cada vez más resultadista, el estilo de juego ha pasado a un segundo plano. Al pueblo solamente le importa ganar y Pékerman ciertamente conoce las herramientas que tiene y lo que le pueden dar. Eso sí, ojalá en Barranquilla, además de ganar, podamos disfrutar un poco más del juego del equipo de todos.
