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Sergio Ramos

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Antonio Casale
26 de mayo de 2014 - 03:00 a. m.
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En el Madrid de Cristiano, Bale, Di María y compañía, todos ellos jugadores de otro mundo, dotados de esa magia que sólo unos pocos pueden tener en cada profesión y que el equipo merengue logró juntar, fue un defensa, un guerrero que bien podría parecer más un jugador del Atlético que del Real, el que marcó la diferencia en la por fin exitosa campaña. Su nombre es Sergio Ramos.

El encargado de poner la música en el vestuario tanto de su selección como del diez veces campeón de Europa no solo fue el comandante de una defensa que hasta la temporada pasada parecía un colador, sino que en ataque marcó los goles coyunturales tanto frente al Bayern, como ante el Atlético en la final.

Amante de la moda y del flamenco, su puesto en lugar como defensa central en la cancha habla de un tipo distinto a sus gustos. Ramos es rudo, fuerte y testarudo. El sevillano no es el que más cobra por avisos publicitarios y no es tan conocido como Cristiano. Las cámaras buscan a Ramos para repetir los duros golpes que, como parte de un deporte de contacto, propina a sus rivales. De vez en cuando, como el sábado, también lo hacen para mostrar sus goles de cabeza, tan dramáticos como rústicos.

Pero no sólo fueron sus goles definitivos. Ancelotti sabía que tenía que recomponer al grupo y lograr que los egos quedaran a un lado. Tras la partida de Mourinho, el vestuario estaba desbaratado y el italiano debía buscar un aliado que se encargara de ponerle las botas y el overol al colectivo y Ramos fue el escogido. Cumplió a cabalidad.

En lo futbolístico ordenó a su defensa y la convirtió en una zona del campo que generara confianza a sus compañeros y preocupación a los rivales. Gracias a ello, cuando el Madrid tuvo que replegarse y ceder la iniciativa, como ante el Bayern, lo hizo con éxito. Entre tanto, en ataque se convirtió en el cabeceador más efectivo del equipo.

Ramos es el símbolo del sacrificio, la solidaridad, la cooperación y el trabajo en equipo que tanta falta le hacían a este Madrid. El futbolista, que juega de defensor, pero es tenista y golfista en sus tiempos libres, sabe que en su profesión no le sobra nada, pero tampoco deja nada por hacer y esa precisamente fue la diferencia de este Madrid con respecto al de otras temporadas. Gracias a Ramos, la poderosa chequera de Florentino se vio complementada con el corazón que sus hombres pusieron en la cancha para la obtención de la dilatada décima orejona.

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