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Sócrates

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Antonio Casale
06 de diciembre de 2011 - 09:53 p. m.
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Se murió Sócrates. Comienzan a morirse los ídolos de mi infancia. Cómo olvidar al mejor equipo que mis ojos vieron, aunque no quedaron campeones del mundo.

Ese Brasil del 82 que hizo que muchas personas que hoy vivimos la plenitud de la década de los treinta nos enamoráramos del fútbol.

Ese inexplicable amor incondicional por la pelota nació viendo a ese Brasil avanzar galopante por las canchas de España en el 82 hasta que Paolo Rossi los frenó en ese inolvidable tres a dos, día en el que tal vez muchos conocieron el significado del despecho, mientras yo celebraba a regañadientes con el triunfo de la patria de mi padre, como quién se alegra por el triunfo de la sangre de su sangre, pero descubre al mismo tiempo que hay quienes aun sin ganar, se gradúan como los mejores; y entre los mejores, Sócrates, quien era el capitán, el director de orquesta, el que lideraba en la cancha el concierto de magia de Zico, Serginho, Junior, Éder, Falcao, Leandro, Óscar, Toninho Cerezo y demás integrantes de esa banda que entrenaba el gran Telé Santana.

Pero Sócrates no era solo un jugador de fútbol. Terminó sus estudios de medicina al retirarse del fútbol y siempre entendió este deporte como lo que es, algo que va mucho mas allá de lo que pasa dentro de una cancha. Antes de la reciente Copa América escribió: “No se trata sólo del juego en sí. Antes que nada, el fútbol es una batalla psicológica, el aspecto humano tiene un papel significativo”.

Tal vez por esas ilusiones del hombre que soñaba con un mundo mejor, pero que dista cada día más de lo que debería ser, fue que Sócrates sucumbió en el alcoholismo, como queriendo escapar del mundo en forma de balón que debería ser y nunca será.

En otro de sus escritos consignó esto. “¿Por qué causas más conmovedoras no mueven tanto como el fútbol: como los niños en la calle, los tsunamis, la miseria extrema en el corazón de África y en algunas otras esquinas, el genocidio y muchas otras? Muchas veces, concluyó, pienso si podremos algún día dirigir este entusiasmo que gastamos en el fútbol hacia algo positivo para la humanidad, pues a fin de cuentas el fútbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola. Y atrás de una bola vemos niños y adultos, blancos y negros. Con la misma filosofía, todos fantaseando sobre su propia vida”.

Se fue uno de los arquitectos de mis fantasías de infancia, pero se quedan en el corazón sus buenas maneras futbolísticas y humanas, tan lejanas de lo primitivos que a veces somos a la hora de hablar de fútbol, como si lo que sucediera alrededor de un balón, no fuera un juego que representa vida e ilusión, sino muerte y destrucción.

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