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El fútbol, como el amor, es un juego donde las técnicas de seducción son fundamentales para flechar al corazón.
En esa materia, el Barcelona de Guardiola enamoró al mundo de una manera, pero el Madrid de Mourinho se está encargando de devolvernos la ilusión a quienes aceptamos el poder barcelonista, pero nunca nos rendimos a los pies del toque toque. A quienes preferimos un buen rock n’ roll que una milonga, a quienes nos resulta más hermosa una frase contundente que un libro lleno de lindos versos.
Hay para quienes el fútbol del Barcelona es el más bonito. Sus resultados y el toque toque con progresión han deleitado a propios y extraños durante los últimos años. Incluso su estilo de juego impregnó a la base de la selección española para lograr el campeonato del mundo por primera vez en la historia.
Pero como el fútbol no resiste verdades absolutas, debo confesar que a mí el fútbol de toque toque no me termina de gustar. Esconderle la pelota al rival hasta adormecerlo y encontrar el espacio para buscar el arco contrario, es válido, irrefutables sus resultados cuando se tienen los jugadores para convertir esa posesión de pelota, en contundencia al ataque. Pero para mí, eso no es bonito.
Fútbol bonito es el que propone hoy el Madrid. Un equipo que presiona en bloque al rival en su propio terreno. Con una impresionante aceleración en el último cuarto, rápido mas no vertiginoso, este Madrid utiliza menos pases para llegar con peligro al arco contrario que su archirrival.
Me da gusto ver al Madrid de Mourinho, quien demuestra una vez más que el entrenador no juega, pero sí influye como líder, tanto en lo táctico y estratégico, como en lo motivacional. En poco tiempo puso a figuras como Cristiano Ronaldo, a jugar para el equipo, donde prima lo colectivo, matizado con lo individual.
La velocidad y precisión de CR7, combinada con la precisión en las habilitaciones de Di María, combinados fundamentalmente con los aportes ofensivos de Özil, hacen de este Madrid una película imperdible.
Eso sí, lo cinematográfico está en ataque, pero el equilibrio lo encontró fundamentalmente en dos hombres, Xavi Alonso y el guardaespaldas, Khedira. Dos jugadores que con su temple y equilibrio permiten a sus compañeros divertirse como niños en ataque.
Es cierto, el once de Mourinho no ha ganado nada, y falta mucho para eso, pero desde ya marca un estilo diferente, una forma de jugar distinta a la que todo lo ganó con el Barcelona, una manera que valida al fútbol rápido, preciso, menos emperifollado pero efectivo, esa técnica de seducción que, a algunos, como yo, nos enamora mucho más.
