Una de las razones por las que la selección nos enamoró en el Mundial es que nos unió a todos en torno a algo, después de tantos años en los que la escuadra absoluta nos dividía entre paisas, cachacos y costeños.
Pero el fútbol como ejemplo de paz y reconciliación debe ir más allá de lo que hagan los jugadores en la cancha. Lo sucedido con el jugador español Braulio Nóbrega dejó muy mal parado al deporte en esa faceta.
Recordemos que el jugador tuvo problemas con la justicia de su país hace ya varios años, por varias denuncias de acoso sexual a mujeres, cargos aceptados por él y por los cuales indemnizó a sus víctimas. En su momento, como tenía que ser, perdió su trabajo en el equipo para el que jugaba. No era una persona apta para representar los colores del Zaragoza. Pero hoy no tiene cuentas pendientes con la justicia, rearmó su vida, tiene una familia y asegura que después de su esposa e hijos, lo único que quiere es jugar al fútbol.
Millonarios, que lo trajo a Bogotá para contratarlo, echó para atrás su decisión por considerar que el pasado del jugador no es ejemplarizante para la sociedad. Patriotas de Boyacá, que lo iba a vincular a su institución, también reculó porque la Gobernación del departamento, principal patrocinador del equipo, sugirió que no era conveniente.
Es evidente que el pasado personal del jugador levanta dudas, sobre todo en un deporte que debe ser ejemplarizante para la sociedad. Pero la manera como se hicieron las cosas habla de un país en el que la doble moral y la falta de oportunidades todavía son pan de cada día.
Todas las personas merecen segundas oportunidades, siempre y cuando hayan dado muestras de haber superado sus obstáculos. En este caso, ha vuelto a trabajar durante los últimos años, sin problemas como los mencionados. Además existen en las empresas serias los departamentos de recursos humanos, en donde se hacen pruebas psicológicas que determinan si las personas son aptas o no para desempeñar el cargo al que han sido propuestos. Ni en Millonarios ni en Patriotas hubo lugar para este proceso. Simplemente se descalificó al jugador, al humano, por su pasado personal.
Muy mal ejemplo dio el fútbol en esta ocasión. Se supone que estamos en tiempos de perdón y reconciliación, pero, en definitiva, hablar de estas palabras es muy fácil hasta que nos corresponde convertirlas en acción como parte de nuestras vidas. Ojalá cuando corresponda que los equipos de fútbol tengan que vincular a los reinsertados del conflicto armado como parte de la paz que queremos, este bochornoso capítulo no se repita.