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Nada mejor que analizar la conveniencia de los torneos cortos en pleno desarrollo de las finales.
Se está viendo en general buen fútbol, partidos emocionantes y equipos que no salen a encerrarse atrás para después buscar un resultado. Los que están, por méritos propios, invitados a la fiesta, lo hacen con decoro y no se guardan nada buscando un cupo a la final.
Jugadores como Ómar Pérez, Otálvaro, Dayro Moreno, Wílder Medina o Fernando Uribe hacen que el país se ilusione con un futuro mejor. La picardía del Quindío le pone pimienta al show y el público que alienta en Cúcuta y Medellín engalanan la fiesta. En general, jugadores y entrenadores cumplen con su parte.
Pero no todo es bueno, y más bien creería yo, hay más cosas malas. Salvo lo visto en Cúcuta y Medellín, ningún estadio ha reportado más de 25.000 espectadores. Quindío, Santa Fe y Caldas bordearon los 20.000. Que el Tolima, mejor equipo del año, lleve 5.000 frente a Equidad, o que Santa Fe con esa gran campaña sume 11.000 frente a Huila, es una pena.
Lo fácil es echarles la culpa a los hinchas o al invierno. No, la gente no va porque ya no cree en el fútbol colombiano, porque todas las semanas hay un escándalo extrafutbolístico diferente, porque no es un espectáculo transparente y porque el sistema de torneos cortos se volvió paisaje. Apenas en la tercera fecha ya hay varios equipos prácticamente eliminados y con dos partidos todavía en la casa, como es el caso del Huila. Sin contar, además, con la dura realidad que tienen que afrontar quienes no están invitados a la fiesta de los cuadrangulares. Diez equipos de la A y diez de la B que aunque no están compitiendo, tienen que seguir pagando salarios. Para que éstos 20 equipos puedan armarse con miras a otro torneo corto de una manera decorosa, tendrán que endeudarse más de lo que pueden porque, además, los pocos jugadores taquilleros que quedan, cobran sueldos desproporcionados.
Después de que se acabe este torneo corto nos espera uno más corto, más pobre, con menos gente en las gradas, con más jugadores esperando que les paguen, y mientras tanto, dirigentes orgullosos de un mundial juvenil que llenará sus bolsillos a mitad de año. La realidad es esa, mientras el fútbol sea negocio para unos pocos, no habrá espacio para hablar de un mejor torneo, que beneficie a todas las partes del espectáculo y que haga que el país vuelva a sentirse orgulloso de su fútbol.
