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Hace unos meses, cuando José Roberto Arango asumió como presidente facilitador del proceso de salvamento de Millonarios, respiré tranquilo.
Supe que 20 años de desastres deportivos y administrativos habían llegado a su final. A los pocos días, Arango empezó a cumplir, consiguió dinero para pagar todas las deudas y las cuentas comenzaron de cero.
Como era apenas lógico, el dinero fue para pagar pasivos y ese buen hombre de negocios dejó claro que por ahora se armaría un equipo deportivo competitivo pero no uno galáctico. Sin embargo, los días pasan y el afamado ‘salvador’ no encuentra la manera de sacar a Millos adelante, no por deficiente, sino porque como Arango mismo lo dijo, el fútbol colombiano, legalmente, no es viable. Poco a poco se ha convertido en víctima del desespero, hasta el punto de afirmar en un foro público, en el Congreso de Publicidad en Cartagena, que se arrepiente de haber entrado a Millonarios, y que si bien no dejará botado este proyecto, se equivocó de cabo a rabo. Más allá del dolor que al hincha le puede producir esta declaración, en lo práctico, los inversionistas se espantan y el panorama vuelve a ser desolador.
En lo deportivo, se gastó una cantidad de dinero considerable en un entrenador extranjero, poco conocedor de nuestra realidad y absolutamente equivocado en sus decisiones, pues aunque los últimos resultados se han dado, el lugar en la tabla, sus soluciones durante los juegos y hasta sus alineaciones, no corresponden ni con el linaje de la historia de Millos, ni con el del DT venezolano. Basta recordar que el sábado arrancó con el goleador, Arrechea, en el banco, y en 35 minutos que estuvo en el campo convirtió tres goles. Una vez más vinieron nueve refuerzos que poco o nada han aportado. Entre Zaa, Cíchero, Leonard Vásquez, Montaño, Del Castillo, Ringo Amaya, Pajoy, Bocanegra y el regreso de Jonathan Estrada, podríamos destacar las ganas y la entrega de todos y cada uno de ellos, pero ninguno ha desequilibrado como refuerzo. Una vez más, los de la casa han terminado por salvar la papeleta.
En lo administrativo, las cuentas, que hace tres meses arrancaron de cero, presentan ya un pasivo por dos mil millones de pesos. El dinero no se lo ha robado el presidente ni ninguno de los que han invertido. Simplemente, el fútbol en Colombia, como está planteado, es negocio para unas pocas personas, pero no para las instituciones. Ante semejante panorama, no sé hasta qué punto los inversionistas se mantengan en su posición de poner su dinero.
Lo que pasa en Millos debe servir para que nos demos cuenta de que en Colombia hace falta viabilidad jurídica, cultura deportiva. Mientras esto no se desarrolle, nuestro país futbolístico estará lleno de equipos quebrados o infiltrados por dineros calientes que avergüenzan a sus hinchas, quienes inocentes, pagan en las calles con burlas y demás los pecados de haberse enamorado ingenuamente de una camiseta, cosa en la que los dueños del negocio, curiosamente, no piensan.
