Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Es muy temprano para sacar conclusiones, pero el nivel del fútbol africano es muy distinto al que veíamos hace unos años.
Salvo algunos pasajes del partido que hizo Costa de Marfil frente a Portugal, es confuso lo que ellos han mostrado en el Mundial.
Lejos quedaron la picardía, la irreverencia, la velocidad pura de las panteras combinada con la fuerza de los leones. Las águilas negras de Nigeria en el 94 o el Camerún del 82 y del 90 son tan sólo recuerdos vagos de un fútbol desordenado pero alegre, que jugaba como se vive en este continente, irresponsable pero adorable.
Les rendía más, ganaban partidos memorables y, aunque nunca fueron campeones, quedaron en la retina y en el corazón de todos, incluso de quienes sufrimos las consecuencias, como nosotros, en el 90, permitiendo que Camerún lograra el avance más significativo en la historia africana en los mundiales, los cuartos de final; gesta tan sólo igualada por la ingenua pero atrevida selección de Senegal en 2002.
Sin embargo, un buen día, algún sabio decidió que había que ponerle orden a la casa, enseñarles a ser equilibrados y a marcar correctamente. A hacer lo que corresponde, entonces empezaron a llevar entrenadores serbios, suecos, ingleses y demás, todos acostumbrados al orden en exceso y la disciplina táctica como claves para ganar.
Pero se les fue la mano, y ahora los africanos no sólo son normalitos marcando y defendiendo, sino que perdieron la picardía, la velocidad, la alegría. Les castraron la esencia. Si acaso los simpáticos “Bafana bafana” de Sudáfrica quedan con algo de ello, aunque sus individualidades en nada se parezcan a los inolvidables de antaño. Es cierto que acá no está el campeón de África, Egipto, quienes se quedaron en un repechaje que casi termina en guerra con Argelia.
Todos los extremos son malos, la esencia se puede mejorar, pero no castrar, y a los africanos les cortaron la creatividad, y ya no juegan como viven.
