El Centro Democrático y el uribismo en general son un proyecto político agonizante, Iván Duque es el mandatario más impopular de la historia reciente del país y la imagen desfavorable del expresidente Uribe es superior al 60%. Todo indica que, electoralmente, cualquier candidato de la derecha que se una al uribismo se hundiría. En términos electorales la Presidencia del 2022 podría quedar en manos de un candidato de derecha, pero no de la derecha uribista. Sin embargo, el partido de gobierno ha planteado una estrategia para evitar ese colapso, la cual se resume en provocar que el país se incendie para que a punta de miedo pueda lograr miles de votos.
La estrategia se basa en prolongar el paro y, sobre todo, provocar la degradación de la actual situación del país. Por ello, a pesar de que altos funcionarios gubernamentales acordaron un documento en Buenaventura, el propio Gobierno lo saboteó. También, el presidente tiene hace varios días sobre la mesa un preacuerdo con el Comité del Paro y no lo ha firmado. Para hacerlo puso como condición el llamado a levantar los bloqueos. El Comité hizo el llamado y aun así no firmó. Igualmente, nombró como jefe del diálogo a Miguel Ceballos, de quien el presidente sabía que iba a renunciar semanas después y aun así lo puso a liderar esa negociación. Por último, mandatarios locales han liderado procesos de diálogo para levantar bloqueos y el partido de gobierno se ha opuesto. Todo esto demuestra que es el propio Gobierno el que quiere sabotear el diálogo.
Las fuentes consultadas indican que la estrategia del Centro Democrático es provocar que el paro se prolongue y con ello llevar a una radicalización de las clases media y alta para que, debido al desgaste y rechazo a las protestas, terminen votando por el CD en las elecciones del 2022. Esta lógica es la que explica el saboteo a cualquier mecanismo de diálogo que se esté dando. Así las cosas, al Centro Democrático poco le importa el país, todo es un cálculo electoral. Además, en todos los puntos, en todas las zonas de concentración, la ciudadanía quiere negociar, es el Gobierno el que se niega.
Hasta el momento, según las encuestas, dicha apuesta no les ha salido bien: la mayoría de la gente sigue respaldando el paro nacional y las manifestaciones, y rechazando el abuso policial. Si bien los bloqueos son lo que más genera rechazo, lo cierto es que la mayoría de ellos se han venido levantando y los manifestantes han emprendido el camino de la intermitencia.
Este juego del gobierno de Iván Duque de no negociar, de rechazar el diálogo y de hacer concesiones unilaterales a medias para que al final no cambie nada puede llevar a que el país tenga una crisis de varios años. El mejor ejemplo de esto es Perú, donde se han tumbado varios presidentes: los últimos mandatarios están procesados por corrupción, prófugos de la justicia y uno se suicidó debido a los procesos judiciales, pero al final nada cambió, todo siguió igual y el próximo presidente vivirá en un país con una crisis institucional profunda.
El gobierno Duque debe entender que el país necesita cambios, que el paradigma de la guerra se acabó y, sobre todo, que hay problemas estructurales en la arquitectura política de Colombia. Eso debe ser afrontado con diálogo, no con represión. La lógica del uribismo de dejar que todo se degrade podría llevar al país a una crisis institucional muy prolongada y lo dejaría con un aparato económico destruido.