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Bicentenario recalibrado

Arlene B. Tickner
22 de junio de 2022 - 05:05 a. m.

De forma casi premonitoria, el mismo día en que Gustavo Petro fue elegido presidente de Colombia, también se cumplió el bicentenario diplomático entre nuestro país y Estados Unidos. Si bien en esta misma época se conmemoran los 200 años de muchas relaciones, tanto colombianas como de otras naciones de las Américas, nada se compara con el espectáculo que el gobierno Duque ha armado en torno al país del norte.

En lo que va del año, múltiples organismos estatales y privados han realizado celebraciones de la amistad binacional. Entre lo costeado directamente por la Casa de Nariño se destacan la condecoración a un número no especificado de personalidades que hayan contribuido, en opinión del mandatario saliente, a la “Relación especial”, una publicación bilingüe de lujo que ofrece un recuento en el mejor de los casos “higiénico” y en el peor ideologizado del bicentenario, y un evento de gala en no menos que el Kennedy Center en Washington, en donde Duque alabó hasta no poder más el afecto profundo que une a los dos países, y el público criollo estalló en aplausos nostálgicos tan pronto apareciera la imagen del expresidente Álvaro Uribe.

Entre los pilares destacados en los homenajes señalados se incluyen los aportes de Estados Unidos a la construcción del Estado, las instituciones y la democracia en Colombia, llámense las misiones Kemmerer y Currie, la Alianza para el Progreso, Plan Colombia u otros, y la asistencia económica, social y militar, en su conjunto de las más altas en América Latina. A su vez, como el bicentenario coincide con los 10 años de vigencia del TLC, también ha habido elogios de sus supuestos beneficios en términos de comercio e inversión. Por último, en el ámbito de la seguridad ha sido evidente el regocijo en torno a la actual condición colombiana como socio estratégico, y ahora aliado importante no-OTAN, designación simbólica que solo tienen otros 17 países, incluyendo Argentina y Brasil. Y en el fondo de todo esto, la convicción jamás cuestionada de que la relación bilateral se basa en intereses, valores y comprensiones de los problemas que son iguales.

Pese a la larga historia de asociación estrecha y sumisión voluntaria por parte de quienes han manejado las riendas del Estado, la elección de Petro ofrece la oportunidad para evaluar con ojo crítico las relaciones colombo-estadounidenses y para recalibrarlas en función de otras prioridades e intereses nacionales, lo cual jamás equivale a desconocer su importancia. A modo de comparación, el hecho de que por defecto geográfico México debe tener a Estados Unidos en el retrovisor siempre a la hora de ejercer su política exterior, no ha sido obstáculo para que airee sus diferencias ni se proyecte asertivamente hacia otras zonas del mundo.

En su discurso del domingo, el mandatario electo invitó a Estados Unidos a acelerar juntos la transición energética. Igualmente, en conversaciones sostenidas con el secretario de Estado y con el presidente Biden, se reiteró el apoyo de la Casa Blanca a la implementación plena de la paz, el interés en desarrollar objetivos mutuos relacionados con cambio climático, salud pública y creación de oportunidades económicas incluyentes, y la voluntad de trabajar en condiciones de igualdad. Evidencias todas de la madurez de la relación bilateral y de su adaptabilidad al cambio.

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