Contra todo pronóstico, Luis Arce, exministro de Economía y Finanzas de Evo Morales y candidato del Movimiento al Socialismo, obtuvo un triunfo contundente en la primera vuelta de las elecciones bolivianas. El hecho de haber asegurado aún más votos que Morales en octubre de 2019 desempata el limbo político creado por esa cuestionada contienda electoral, en la que las especulaciones de fraude, aunadas a la violencia social y la exigencia del ejército de que dimitiera, llevaron a la renuncia del entonces ejecutivo.
Independientemente de si hubo irregularidades en las elecciones pasadas, no hay duda de que Morales desconoció la voluntad de los bolivianos en el referendo de 2016 y que manipuló la ley para poderse lanzar a un cuarto período presidencial. También es evidente que la independencia de la Rama Judicial se debilitó durante su largo mandato y que adoptó medidas para amordazar a sus críticos entre los medios y la sociedad civil. Pero de allí a que en Bolivia hubo una ruptura autocrática, como alegaron algunos al celebrar su salida al exilio, es desconocer tanto la debilidad endémica de la democracia boliviana como los logros sociales obtenidos por Morales. Entre estos, no solo la pobreza se redujo dramáticamente, sino que también disminuyó la desigualdad. A su vez, la clase media creció de manera palpable, junto con el PIB, que registró aumentos anuales de 4,9 % en promedio. No menos significativo en un país mitad indígena, pero con niveles atroces de racismo estructural, Morales lideró un proceso de empoderamiento y dignificación de los pueblos originarios.
Si existiera alguna duda de que el “cambio” ofrecido por el candidato (neoliberal) de centro-derecha, Carlos Mesa, o el de ultraderecha, Luis Fernando Camacho, era más bien un retorno al pasado, la presidenta interina, Jeanine Áñez, ayudó a confirmarlo en su paso abusivo por el poder. Además de nombrar un gabinete de élites, acusó a Morales de terrorismo, concedió inmunidad a las fuerzas armadas por todo acto relacionado con la “restauración del orden”, estigmatizó a los líderes y las bases del MAS, se acercó a Estados Unidos y purgó el sello plurinacional de la política al colocar la Biblia en el centro. Entre los resultados del discurso polarizante de Áñez, muchas expresiones racistas que se habían vuelto “políticamente inaceptables” se resucitaron. Adicionalmente, su manejo de la pandemia ha sido desastroso.
Los desafíos que enfrentará el gobierno entrante no son de poca monta. Como en el resto de América Latina, Bolivia no aprovechó el “boom” de los “commodities” para diversificar su producción y exportaciones. Así, Arce hereda un déficit fiscal y comercial de su propia invención como integrante del gabinete de Morales, así como la disyuntiva de seguir o no con el extractivismo salvaje en la raíz del “éxito” desarrollista. Además de la crisis económica, el COVID-19 ha puesto de relieve las graves deficiencias del sistema de salud. Aunque se estima que el MAS tendrá mayoría simple en la legislatura, no gozará de la absoluta requerida para no tener que concertar con otros grupos políticos. Finalmente, y por más que se insista en que el presidente será Arce, hasta qué punto pesará el líder a quien debe su elección queda por verse, lo cual podría incidir en la posibilidad de corregir errores cometidos por este y las perspectivas de reconciliación nacional.