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Aunque parezca un asunto menor, el hecho de que la mayoría de los países de la Unión Europea han adoptado alguna forma de regulación o prohibición del uso del velo islámico en espacios públicos -en especial aquellos como el burka y el nicab que cubren la cara- denota una obsesión compartida por controlar el cuerpo femenino musulmán. Desde la protección de la vida de las mujeres que se suponen víctimas de la opresión patriarcal, la reivindicación de la laicidad y la defensa de la seguridad nacional, este tipo de veto se ha justificado alrededor del continente, incluyendo Francia, Bélgica, Alemania, Países Bajos, España, Italia, Austria, Dinamarca y ahora, Suiza.
En el caso del referendo suizo, en donde ganó por un estrecho margen el voto a favor de prohibir el burka, la campaña del Partido del Pueblo Suiza de extrema derecha se basó en la supuesta asociación entre el velo y el radicalismo islámico, lo cual convierte a la mujer encubierta adicionalmente en sospechosa de terrorismo. También han acompañado la regulación europea de esta vestimenta femenina muchos actores “progresistas”, entre ellos los medios, algunos grupos feministas y antirracistas, y diversos partidos de izquierda, que se han unido alrededor de una narrativa sobre el velo como forma de opresión y el rol de Occidente en la salvación de quienes la padecen. Curiosamente, al exigir que las mujeres encubiertas se desvistan de aquellas prendas como precondición para liberarse, también se han sancionado nuevas formas de violencia de género y discriminación islamofóbica contra ellas.
En últimas, vetar el uso de distintos tipos de velo en los países europeos y castigar legal o físicamente a aquellas mujeres que no acatan dicha prohibición, no dista mucho de obligar a su uso en público en Arabia Saudita o Irán y sancionar cualquier transgresión. Por más que varíe el tipo de castigo en ambos se trata de decisiones arbitrarias que desconocen los derechos humanos y que objetivan el cuerpo femenino. Aunque la prohibición occidental se codifica como es de esperar, dentro del discurso de la civilización moderna, secular y liberal que busca defender a la mujer musulmana y a veces, la seguridad de la nación es interesante observar de qué manera las que optan por cubrirse, no por obligación masculina sino por convicción cultural o religiosa, o simple gusto personal, han rechazado este veto y movilizado un lenguaje similarmente “civilizado” de derechos humanos.
El dilema ético y político no es de poca monta, sobre todo en un mundo multicultural. Mientras que no se puede dudar de la necesidad de rechazar símbolos y herramientas de opresión, como ha sido el burka en algunos países, ello no puede ser pretexto para validar la regulación de lo que puede ponerse una mujer musulmana o cualquier otra persona. Se trata de una estrategia (colonial) de control y supresión de la diferencia disfrazada de lucha por la igualdad y liberación, en la cual quien se niega a asimilarse termina considerándose una amenaza. Igual de preocupante, vedar el uso de cierta ropa abre un camino peligroso para el establecimiento de otras medidas de vigilancia. ¿Qué tal, por ejemplo, que se decidiera prohibir el uso del tacón, símbolo de feminidad o poder femenino, pero también a ojos de algunas, vehículo de opresión?
