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Hablar con verdades al poder

Arlene B. Tickner

21 de septiembre de 2022 - 12:05 a. m.

En el informe de hace un año, Nuestra Agenda Común, el secretario general de la ONU, António Guterres, advierte sobre el punto de inflexión en el que se encuentra la humanidad a causa del cambio climático, la pandemia, la guerra, la desdemocratización, la desigualdad, el hambre, la migración masiva y el descontento social, entre otros, que conjugan una “cascada de crisis” que se refuerzan mutuamente. De la mano del conflicto en Ucrania, ello ha forzado el reconocimiento del fracaso de las instituciones internacionales a la hora de desempeñar las funciones básicas para las que fueron creadas.

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Para la muestra, el nuevo índice del multilateralismo, presentado por el International Peace Institute, en el contexto de la 77 Asamblea General, ofrece un diagnóstico desconsolador a la hora de evaluar el sistema multilateral de la ONU. En este se registran retrocesos significativos en la última década en su performatividad en áreas críticas como paz y seguridad, derechos humanos y comercio, siendo el medio ambiente de la mayor inacción. De ahí la urgencia, en palabras de Guterres, de combatir la “colosal disfunción global” mediante la renovación de la solidaridad entre los pueblos y frente a las juventudes y generaciones futuras, la negociación de un nuevo contrato social con miras a gestionar y distribuir mejor los bienes comunes, y la recuperación de las sendas de un multilateralismo eficaz, incluyente e interconectado.

Ante este contexto incierto, inseguro, inestable e injusto, reconocido ampliamente y sin pudor por la mayoría de lideres mundiales, quienes suelen repetir las mismas consignas (vacías) ante la Asamblea General, sin horizonte alguno de cambio plausible, es difícil tener esperanza. No por ello se puede abandonar la búsqueda de liderazgo global y moral. El lugar de la “belleza ensangrentada” desde donde Gustavo Petro habló unas cuantas verdades a la comunidad internacional, y especialmente a los países poderosos, en su debut en la ONU, posiciona a Colombia como posible protagonista de un proceso necesario de transformación desde lo multilateral. Acosado por la violencia, pero encaminado a la búsqueda de una paz total; soldado fiel durante décadas de la “guerra contra las drogas”, pero a la vez su principal víctima; fuente invalorable de riqueza y salvación ambiental, pero blanco de destrucción y explotación; descontento, pero también sediento de cambio, por no mencionar el significado profundo de contar con una lideresa indígena como nuestro representante, el país ocupa una posición estratégica desde la cual proponer formas diferentes de estar y hacer en el mundo.

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No obstante, como lo anticipó el mismo presidente Petro, al convocar a toda América Latina a unirse ante los desastres planetarios existentes, el liderazgo tiene que pensarse de forma crítica y en plural. No solo en función de los agravios de los países del Sur global en espacios institucionales como la ONU –en donde hay que aprovechar las oportunidades brindadas próximamente por el COP27 en Egipto y en 2023 por la presidencia latinoamericana o caribeña del G77 y la Cumbre para el Futuro–, sino a través de la construcción de acciones colectivas más enérgicas por fuera de estos y con diversos actores estatales y no estatales. Queda por verse si la política exterior colombiana está a la altura de la tarea.

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