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El derrotero de la verdad

Arlene B. Tickner
29 de junio de 2022 - 05:02 a. m.

Durante los últimos 40 años, más de medio centenar de países han creado comisiones de la verdad con miras a establecer las causas, responsabilidades y consecuencias de violencias e injusticias relacionadas con el conflicto armado y el autoritarismo, así como con otras lógicas históricas como el colonialismo como ocurre en Canadá, Australia y Nueva Zelanda. La adopción creciente de ejercicios de reconstrucción y esclarecimiento del pasado refleja la convicción de que procesar y hacer públicas las experiencias y las memorias compartidas de actos humanos atroces constituye un paso indispensable en el proceso de saneamiento y pacificación de las sociedades.

Pese a lo anterior, el consenso en torno al impacto real de los informes de verdad y reconciliación es menos robusto. Por ejemplo, en el caso de Sudáfrica el proceso no solo no garantizó que no hubiera impunidad y que las reparaciones a las víctimas fueran apropiadas, sino que no dio lugar a la corrección de las desigualdades y discriminaciones estructurales originadas en el colonialismo y el apartheid ni a la superación de tensiones raciales. La contracara fue la cultivación de memoria compartida sobre el apartheid como crimen contra la humanidad que se volvió aspecto indeleble del registro público y que permitió encaminar un proceso de transición política y social.

Así, tratar de descifrar con mayor sistematicidad los factores que han determinado el éxito o fracaso de distintas comisiones de verdad constituye una tarea fundamental. Más allá de su indiscutible valor terapéutico para los individuos y las comunidades más afectados, su envergadura general está asociada, entre otros factores, con la sanación del tejido social, la recuperación de la legitimidad de las instituciones del Estado, la democratización y la construcción de una cultura más robusta de defensa de los derechos humanos. Algunos argumentan que cada comisión debe juzgarse según el cumplimiento de sus mandatos específicos, al tiempo que otros insisten no solo en la conciencia histórica que son capaces de crear, sino en el grado en el que sus recomendaciones son aceptadas por los Estados, defendidas por los actores de la sociedad civil y traducibles en cambios significativos.

El Informe Final de la Comisión de la Verdad en Colombia presenta innovaciones que auguran un alto impacto, comenzando por el hecho de pertenecer a un ecosistema más robusto de justicia, reparación y no repetición. Estas incluyen el rol de actores internacionales como Estados Unidos, la afectación diferencial de la violencia en los territorios, y entre mujeres y niños, comunidades étnicas, comunidad LBGTIQ y la colombianidad en el exilio, y una metodología de escucha activa. Sin embargo, el que uno de los últimos actos públicos de Iván Duque haya sido ausentarse del lanzamiento de este monumental trabajo y expresar su temor de que sea un informe de posverdad, simboliza el arduo camino que aún queda. Mientras que la centralidad de la vida en todas sus formas en la apuesta del gobierno electo de Gustavo Petro y Francia Márquez, y su presencia en el acto señalado, prometen recuperar el rumbo de Colombia como hacedora de paz, como sugieren muchos otros casos la paz total y plena no se puede garantizar sin la concientización colectiva y el desmonte de aquellas dinámicas estructurales en la raíz de las violencias. El tiempo dirá.

 

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