¿Fin de la neutralidad?

Arlene B. Tickner
18 de mayo de 2022 - 05:05 a. m.

La solicitud de Finlandia y Suecia de membresía en la OTAN, luego de que ambas hubiesen defendido la neutralidad y no alineación como premisas centrales de la política exterior y de seguridad y defensa, plantea un cambio fundamental en estas, así como en la estructura transatlántica. Si bien la dupla nórdica ha colaborado activamente con la organización desde los años 90 y es integrante de la Unión Europea, ha sido reacia a convertirse en miembro pleno, lo cual hasta hace poco se estimaba favorable tanto política como estratégicamente. Pese a ello, la invasión de Rusia a Ucrania ha sido un parteaguas en términos de disparar la favorabilidad de la membresía entre la opinión pública y la conciencia de los tomadores de decisión de que no es lo mismo ser socio cercano y miembro pleno de la OTAN en términos de las garantías de defensa colectiva que otorga su artículo 5.

Por más que se hable de los dos países como si fueran gemelos, la historia y la ubicación geoestratégica son el origen de trayectorias distintas en lo concerniente a sus prácticas diplomáticas. Mientras que el expediente de conflicto violento y la larga frontera con Rusia obligaron a Finlandia a adoptar la neutralidad al iniciar la Guerra Fría con miras a garantizar su soberanía e independencia, en el caso de Suecia se trata de un principio ejercido por convicción desde hace dos siglos y que ha moldeado su rol general en el mundo. Luego del colapso de la Unión Soviética, una de las manifestaciones de esa diferencia fue que mientras Suecia determinó que la guerra era cosa del pasado y procedió a reducir su ejército en 90 %, Finlandia mantuvo unas fuerzas militares robustas en anticipación de nuevos escenarios de hostilidad con su vecino. Empero, en ambos casos las relaciones con Rusia fueron afectadas negativamente por el conflicto bélico con Georgia y la anexión de Crimea en 2008 y 2014, respectivamente.

La decisión de los dos estados de abandonar la neutralidad y la no alineación en aras de la defensa colectiva suscita múltiples interrogantes sobre las posibles retaliaciones de Putin —quien ha dicho que la expansión de la OTAN al norte no presenta amenaza siempre y cuando no implique bases militares ni armas nucleares en territorio finlandés ni sueco—, las concesiones que habrá que hacer a Turquía para asegurar su voto afirmativo, y el costo reputacional sobre todo para Suecia, cuya imagen global como promotora de la paz y los derechos humanos, defensora del desarme y vocera de causas feministas descansa en buena medida en su estatus neutral.

Más allá de todo lo anterior, la coyuntura también hace preguntar si los principios señalados se han tornado obsoletos. En un contexto mundial caracterizado por la guerra en Ucrania, el auge de Rusia y China, y la transición hacia un orden multipolar cuyas reglas están aún por definirse, no cabe duda de que como premisa normativa, sobre todo en el caso del Sur global, es pertinente (re)considerar el valor potencial de mantenerse al margen de los conflictos entre terceros, y de no tomar partido.

 

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