El imperativo de examinar críticamente las narrativas dominantes acerca de la colonización va cobrando fuerza creciente.
Aunque la celebración oficial del día de la hispanidad suele eclipsar las protestas en España a raíz del legado histórico de Colón y la conmemoración del mal llamado “descubrimiento” como fiesta nacional, tanto allí como en las Américas el imperativo de examinar críticamente las narrativas dominantes acerca de la colonización va cobrando fuerza creciente. El perdón papal ante las solicitudes de López Obrador de que la Iglesia reconozca los abusos cometidos en México durante la conquista, así como la adopción formal por parte de Biden del día de los pueblos indígenas en Estados Unidos, en reconocimiento de sus contribuciones y de la discriminación, asimilación y genocidio a los que fueron (y siguen siendo) sometidos, constituyen tan solo dos ejemplos.
No obstante, la leyenda “rosa” que España ha promovido desde hace décadas, por no decir siglos, también ha sido interiorizada y promovida enérgicamente por las elites latinoamericanas, incluyendo novelistas de la importancia de Vargas Llosa. En efecto, apelaciones a la hispanidad como símbolo de la herencia cultural y lingüística común o al mestizaje como prueba de la inexistencia del racismo en el continente americano, se empecinan en representar la versión española del imperialismo como algo positiva. Se trata de una expresión palpable de lo que el filósofo jamaiquino Charles W. Mills ha descrito como una “epistemología de la ignorancia”, que opera principalmente para invisibilizar el arraigo profundo de los privilegios blancos y en nuestro contexto, criollos en las injusticias y violencias practicadas contra las comunidades no blancas. La insistencia en las bondades del “encuentro” y de la traída de la civilización española-europea a las Américas, así como la negativa a reconocer cómo las prácticas de dominación colonial continúan en el presente mediante distintas formas de discriminación y despojo, son dos resultados interrelacionados de esta forma particular de ignorancia.
Actos simbólicos como la “travesía por la vida” o la “conquista a la inversa” de un grupo de zapatistas con miras a intercambiar ideas en distintos países europeos sobre los legados del colonialismo y el capitalismo, o el derribo paulatino de monumentos que celebran a esclavistas y colonizadores, obligan justamente a reanalizar el pasado desde las perspectivas de quienes han sido las principales víctimas del olvido intencional descrito por Mills. Lejos de borrar o vandalizar la memoria, como han sugerido políticos, intelectuales, periodistas y otros -- justamente desde los lugares privilegiados que ocupan en la sociedad -- lo que buscan es descolonizar y reescribirla en términos sensibles a dichas experiencias. Como mínimo, gritos decoloniales como estos invitan a reflexionar sobre las implicaciones para el presente de construir y revindicar patrimonios históricos que legitiman distintas formas de opresión racializada.
Más allá de las cuestiones de justicia y reparación parciales -- que son indispensables atender -- múltiples organismos mundiales han reconocido en las cosmovivencias de los pueblos originarios lecciones cruciales para el cuidado de la naturaleza. Dado que los territorios indígenas albergan hasta un 80 % de la biodiversidad del planeta y siendo estos agentes cruciales de la conservación por sus formas de entender nuestra interconexión y codependencia con el cosmos, una manera proactiva de combatir la ignorancia blanca consistiría en reconocerlos no solo como víctimas sino como interlocutores decisivos en los debates globales sobre cambio climático y otros problemas relacionados con la madre tierra.
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