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Gran Bretaña ha estado en caída libre desde 2016. En ese tiempo ha sorteado una calamidad tras otra, incluyendo el Brexit, el COVID-19, el estancamiento económico, la muerte de la reina Isabel II e una inusitada volatilidad política, evidenciada en la salida de cuatro primeros ministros conservadores. Mientras que la aprobación de la salida británica de la Unión Europea en un referendo que se realizó para apaciguar a los euroescépticos del partido le costó la cabeza a David Cameron, Theresa May se vio obligada a renunciar tras su incapacidad de negociar los términos del Brexit y su derrota en unas elecciones que buscaban reafirmar su liderazgo. Si bien Boris Johnson consumó el retiro, un cúmulo de escándalos también lo enterraron. El último capítulo de esta tragicomedia fue protagonizado por Liz Truss, cuyo paso fugaz por el número 10 de Downing Street provocó la reacción negativa de los mercados, el desplome de la libra esterlina y el aumento de los intereses hipotecarios.
Con la favorabilidad en el piso, los conservadores se rehusaron a adelantar elecciones generales, programadas para 2025, por temor a perderlas. En su lugar, acudieron al procedimiento interno en el que los candidatos interesados deben sumar el apoyo de al menos 100 parlamentarios y los dos finalistas más votados, si los hay, se someten a un baloto entre todos los miembros del partido. Si bien esta suerte de “primaria” permite alegar menos elitismo y más sintonía con los electores, se trata de un arma de doble filo porque la membresía no es representativa del votante conservador promedio, sino que es más masculina, adinerada, de avanzada en edad, antieuropea y de derecha. En ese contexto no se descartó que incluso Johnson pudiera resucitar. Empero, terminó sobreponiéndose sin competidores su exministro de finanzas Rishi Sunak, un político joven, moderado y de origen indio quien predica la prudencia económica, promete ayudar a los sectores más vulnerables y se revindica como inmigrante e hindú al tiempo que propone endurecer las políticas migratorias.
La situación que hereda el nuevo líder es lúgubre. Por un lado, la diversidad y la indisciplina dentro del conservatismo hace difícil gobernar, mientras que por el otro la coyuntura económica y social no da espera. Además de la alta inflación y el asomo de recesión, la crisis energética reviste particular gravedad en Gran Bretaña. Por más que el país compra poco gas natural de Rusia, la guerra en Ucrania y el bloqueo ruso de exportaciones han afectado los precios y generado una demanda creciente ante proveedores como Noruega. A su vez, la dependencia británica del gas natural para calentar los hogares es de las más altas de Europa. Teniendo en cuenta que su costo es casi el doble del promedio europeo, aún con topes de precios y subsidios los ingresos de millones de británicos han caído por debajo de los niveles de pobreza. En consecuencia, la inseguridad alimentaria también se ha agudizado.
Por más unión que forje Sunak entre los parlamentarios conservadores y los miembros del partido, construir un mandato popular amplio es reto aparte, comenzando por las suspicacias que genera ser el político más rico (junto con su pareja) de Gran Bretaña en época de privación. Así, es de esperar que la telenovela continúe.
