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La vocación de servir

Arlene B. Tickner
07 de diciembre de 2022 - 05:05 a. m.

Hoy se cierra un ciclo de más de 14 años, durante el que he desarrollado unos 700 análisis sobre distintas temáticas internacionales. Cuando el director de El Espectador, Fidel Cano, y su ahora editora jefa, Angélica Lagos, me propusieron crear esta columna, asumí con entusiasmo y algo de susto el reto de fortalecer el debate público sobre asuntos globales, que han sido poco visibles en Colombia pese a la influencia que ejercen en nuestro diario vivir. Aunque debo confesar que el acto de escribir nunca me ha sido fácil y que al inicio identificar noticias sobre las cuales decir algo “sustancial” cada semana resultaba un martirio tanto individual como familiar, llegué a encariñarme mucho con el ejercicio.

A lo largo de este tiempo he tomado muy en serio mi rol como analista crítica, no solo a la hora de poner en el radar problemáticas que en nuestro contexto pasan regularmente desapercibidas, sino de denunciar aquello que me ha parecido injusto o equivocado. En línea con lo planteado por el autor palestino Edward Said en su retrato del intelectual público, tampoco he vacilado en hacer planteamientos incómodos aun cuando estos han generado sensibilidad o invitado a que voceros oficiales de la política exterior colombiana me tilden de vez en cuando de “extranjera ignorante”.

A diferencia de quienes desertan de la academia porque quieren tener mayor impacto en la vida “real”, yo me siento plena como profesora universitaria, investigadora y columnista. Tanto es así que siempre he reivindicado mi derecho a no trabajar en el Estado, en contravía del argumento de que ser experta en relaciones internacionales exige vivir ese mundo por dentro. Sigo pensando que la división entre la teoría, a la que dedico buena parte de mis esfuerzos, y la praxis es una gran falacia, ya que todo ejercicio “práctico” está fundamentado conscientemente o no en una visión determinada del mundo. Por ello, el conocimiento académico tampoco tiene por qué ser rehén de la utilidad y la relevancia para los Estados, más aún porque cuando lo es suele apoyar y reproducir el statu quo.Pese a estos reparos, el momento decisivo que vive Colombia y la propuesta de cambio del gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez me han llevado, como es el caso de muchas otras personas, a querer aportar desde mis fortalezas particulares. Quisiera pensar, además, que la vocación intelectual que ha caracterizado una trayectoria de más de 30 años en Colombia encuentra en la del servicio público un punto importante de convergencia, ya que más que un trabajo, ambas se fundamentan en una disposición hacia el servicio. Así, en el mismo sentido de que la escritura de esta columna ha sido para mí un acto de reciprocidad por todo lo que mi país por adopción me ha dado, espero corresponderle el honor que el Gobierno me ha hecho al nombrarme embajadora alterna ante las Naciones Unidas en Nueva York con un trabajo incansable pero también transformativo. A Fidel, Angélica, María Alejandra Medina, Camilo Gómez y todo el equipo editorial internacional, gracias por confiarme este espacio y dejarme crecer al llenarlo. Y a quienes me leen y me comentan, aprecio más de lo que pueden imaginar su acompañamiento cada semana. ¡Hasta pronto!

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