Ayer el secretario de Estado, Antony Blinken comunicó formalmente la revocatoria de la designación de las FARC como organización terrorista por parte de Estados Unidos y la adición de dos grupos disidentes de la extinta guerrilla. En 2017, la Unión Europea ya había tomado la misma determinación una vez la desmovilización y el desarme fueran verificados por la ONU, hecho que allanó el camino para acompañar el proceso de forma más robusta. Luego de cinco años de firmado el Acuerdo de Paz, Washington parece reconocer que además de contradecir su apoyo oficial, mantener la designación terrorista afecta negativamente la implementación al impedir el acceso de los ex FARC al sistema financiero y negarles cualquier asistencia o interlocución directas.
Pese a lo oportuno, no todo el mundo ha celebrado el anuncio en Estados Unidos. De hecho, una vez se filtró la noticia la semana pasada, varios legisladores nacionales y estatales de la Florida circularon comunicados de rechazo y preocupación. Si bien era de esperarse en casos como el del senador republicano Rick Scott, la vehemencia con la que algunos demócratas también han reaccionado llama aún más la atención. La representante estatal y precandidata a la gobernación Annette Taddeo, una colombo-americana cuya familia fue víctima de las FARC, ha hecho del tema parte de su estrategia política. Como ella, otro legislador y aspirante demócrata a gobernador, Charlie Crist condenó a Biden y agregó que este grupo no debería ser reconocido sin el consejo y el consentimiento de la comunidad colombiana.
Según el Pew Research Center, en 2019, aproximadamente, 1,240,000 colombo-americanos residían en Estados Unidos. De estos, se estima que alrededor de 150,000 viven en la Florida, siendo la segunda fuerza electoral en el sur (luego de los cubanos) y la cuarta en todo el estado (después de cubanos, puertorriqueños y mexicanos). En la medida en que el voto republicano de los cubanoamericanos ha comenzado a declinar por razones generacionales y los demócratas han perdido tracción entre otros segmentos de la población latina en la Florida, ambos partidos han visto en los colombo-americanos una fuente estratégica de votantes. Aunque no tienen una tradición de organización, participación política ni lobby comparable como otras comunidades migrantes, comenzando por la cubana, en la medida en la que los republicanos han instrumentalizado el discurso de la amenaza castro-chavista, los colombo-americanos han comenzado a virar electoralmente, como se vio en la votación de María Elvira Salazar a la Cámara de Representantes.
Si bien es demasiado pronto anticipar si la comunidad colombo-americana de la Florida podrá convertirse en un grupo de interés con impacto en la política exterior de Estados Unidos hacia Colombia, la experiencia de Cuba, originada en la presión constante y monotemática de los cubanoamericanos desde un estado decisivo dentro del panorama electoral nacional, resalta sus potenciales peligros. Por ahora, preocupan lo suficiente las tentativas de satanización del Acuerdo de Paz y las ex FARC, así como el intento condenable por asociar a estos con la supuesta amenaza representada por Petro. En palabras del senador Scott, “esta jugada [de la lista] demuestra claramente dónde están las lealtades de Biden: con el candidato socialista de la extrema izquierda”, el mismo que la congresista Salazar describió hace poco como “ladrón, socialista, marxista y terrorista”.