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En Irán se observa la difícil convivencia entre un sistema teocrático, el control absoluto del líder supremo y la realización de elecciones supuestamente libres de presidente y legislatura; los imperativos ideológicos de la Revolución de 1979 y sus promesas igualitarias incumplidas; la estigmatización internacional y el mal gobierno interno, y la represión estatal y una fuerte tradición de denuncia pública. De ahí que mantener el statu quo se ha tornado crecientemente desafiante con los años.
Si bien el país ha experimentado varias tentativas de reforma, el fracaso de la última, iniciada en 2013 con la elección del moderado Hassan Rouhani, ha dado lugar a la intensificación de la protesta social por el alza de precios, la escasez del agua, los derechos laborales y la falta de libertades, entre otros, y el clamor creciente de que el sistema existente no es susceptible de transformarse, sino que hay que cambiarlo por completo. Es en este contexto que estalló la ola de indignación originada en la muerte de una joven kurda, de las minorías étnicas más reprimidas en Irán, luego de ser apresada por la Policía de la Moral por no portar correctamente el hiyab. Sin embargo, a diferencia del inmediatismo característico de los medios de comunicación y de las redes, no es la primera vez que las mujeres iraníes son las protagonistas de la movilización social ni que se levantan en contra de la pretensión de controlar sus cuerpos y vestimenta.
Desde antes de la Revolución, el uso del velo ya era un asunto sensible y politizado. Durante la era del shah Reza Pahlaví y su heredero fue prohibido por considerarse antitético a los valores modernos y seculares en la base de su proyecto de nación. Ante el endurecimiento del discurso occidentalizante, las mujeres comenzaron a cubrir sus cabezas y a vestirse con el chador de cuerpo entero como símbolo de rechazo a la monarquía. Pese a esto, cuando el régimen posrevolucionario (también masculino) decidió imponer el uso obligatorio del hiyab, suscitó de nuevo el rechazo masivo de la población femenina. Décadas después, en el marco de la iteración más larga de protesta, iniciada en 2017, el acto pacífico de una mujer, consistente en quitarse el velo y ondearlo como una bandera, se viralizó en redes sociales e invitó a réplicas multitudinarias de desobediencia civil en relación con el hiyab y la exposición del pelo en público.
Entre las múltiples contradicciones que atraviesan el proyecto revolucionario, es interesante observar que las leyes indignas que restringen los derechos de las mujeres, incluyendo la libertad de vestimenta, no han obstado para que estas se empoderen en términos de alfabetismo, planificación familiar, acceso al divorcio, autonomía financiera, organización social y política, y educación. Paradójicamente, en el caso de esta última, Irán posee la proporción más alta de estudiantes universitarias femeninas del mundo.
En el futuro inmediato no parecen estar en las cartas una sublevación total en Irán ni la implosión del régimen actual, pese a su metástasis, sino la continuación del complejo baile que ha caracterizado la Revolución desde su incepción, y cuya preservación ha requerido dosis crecientes de violencia oficial. No obstante, no cabe duda de que las hijas de esta estarán en la primera línea de la que se está gestando.
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