Si algo resume el mensaje que Vladimir Putin ha querido enviar a Estados Unidos y Europa occidental con el despliegue de 100.000 tropas a la frontera con Ucrania y la negativa a ceder en su exigencia de que la OTAN abandone la expansión hacia el este, son las palabras consignadas por hackers en la página del Ministerio de Relaciones Exteriores ucraniano durante el ciberataque realizado en estos días para sembrar el caos y ambientar una posible intervención: “Tengan miedo y esperen lo peor”.
La movilización en la zona fronteriza ucraniana —país invadido por Rusia en 2014, luego de lo cual anexó a Crimea e intensificó el apoyo a grupos separatistas— y el envío de militares a Kazajistán para reprimir el estallido de descontento y protesta social, acción similar que ha amenazado en Bielorrusia, son parte de una misma apuesta. Se trata de preservar la esfera de influencia y asegurar el lugar de Rusia en el mundo como gran potencia, estrategia que ha resultado decisiva como factor de aglutinación nacional. Dicha tentativa se contrapone a lo que ha sido la expansión paulatina de la OTAN hacia Europa del este y Asia central desde finales de la Guerra Fría. El hecho de que ya sean miembros de esta alianza las exrepúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, y aspiren a ser admitidas Ucrania y Georgia, es visto por Putin como una amenaza existencial.
Las conversaciones sostenidas la semana pasada en Ginebra para desescalar tensiones —que giraron en torno a Ucrania y la política de seguridad europea— recalcaron la desconfianza y las diferencias hondas que existen entre las partes. Mientras que las condiciones interpuestas por Putin incluyeron el derecho de veto ante nuevas solicitudes de membresía en la OTAN y el compromiso formal de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de dejar de apoyar militarmente a Ucrania y otros países de la zona, sus contrapartes europeas y estadounidenses rechazaron cualquier intento foráneo por constreñir su teatro de actividades y determinar quién puede o no formar parte.
Aunque el tiempo dirá si Putin estará pensando en realidad invadir a Ucrania o si se trata de un bluff, en caso de presentarse esta u otras “medidas militares técnicas” amenazadas por voceros del gobierno ruso —entre ellas la reubicación de armas nucleares más cerca a las costas de Estados Unidos y la expansión militar en América Latina—, Washington y sus aliados occidentales tendrán que sopesar las consecuencias geoestratégicas de las alternativas de respuesta. Estas podrían incluir la aplicación de mayores sanciones, que corren el riesgo de afectar a la población general justo en momentos en que por primera vez los rusos tienen una opinión más favorable que desfavorable de Estados Unidos, la realización de ciberataques y el apoyo a una insurgencia en Ucrania.
Más allá del recrudecimiento de tensiones que han sido comparadas por algunos con la crisis de los misiles, la habilidad (o no) de Putin de salir con la suya sin una retaliación disuasiva contundente no solo determinará el desenlace del enfrentamiento actual entre Rusia y Occidente, sino que podrá orientar también la conducta futura de otras potencias disruptivas o antagónicas, en especial China, en la escena mundial.
Si algo resume el mensaje que Vladimir Putin ha querido enviar a Estados Unidos y Europa occidental con el despliegue de 100.000 tropas a la frontera con Ucrania y la negativa a ceder en su exigencia de que la OTAN abandone la expansión hacia el este, son las palabras consignadas por hackers en la página del Ministerio de Relaciones Exteriores ucraniano durante el ciberataque realizado en estos días para sembrar el caos y ambientar una posible intervención: “Tengan miedo y esperen lo peor”.
La movilización en la zona fronteriza ucraniana —país invadido por Rusia en 2014, luego de lo cual anexó a Crimea e intensificó el apoyo a grupos separatistas— y el envío de militares a Kazajistán para reprimir el estallido de descontento y protesta social, acción similar que ha amenazado en Bielorrusia, son parte de una misma apuesta. Se trata de preservar la esfera de influencia y asegurar el lugar de Rusia en el mundo como gran potencia, estrategia que ha resultado decisiva como factor de aglutinación nacional. Dicha tentativa se contrapone a lo que ha sido la expansión paulatina de la OTAN hacia Europa del este y Asia central desde finales de la Guerra Fría. El hecho de que ya sean miembros de esta alianza las exrepúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, y aspiren a ser admitidas Ucrania y Georgia, es visto por Putin como una amenaza existencial.
Las conversaciones sostenidas la semana pasada en Ginebra para desescalar tensiones —que giraron en torno a Ucrania y la política de seguridad europea— recalcaron la desconfianza y las diferencias hondas que existen entre las partes. Mientras que las condiciones interpuestas por Putin incluyeron el derecho de veto ante nuevas solicitudes de membresía en la OTAN y el compromiso formal de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de dejar de apoyar militarmente a Ucrania y otros países de la zona, sus contrapartes europeas y estadounidenses rechazaron cualquier intento foráneo por constreñir su teatro de actividades y determinar quién puede o no formar parte.
Aunque el tiempo dirá si Putin estará pensando en realidad invadir a Ucrania o si se trata de un bluff, en caso de presentarse esta u otras “medidas militares técnicas” amenazadas por voceros del gobierno ruso —entre ellas la reubicación de armas nucleares más cerca a las costas de Estados Unidos y la expansión militar en América Latina—, Washington y sus aliados occidentales tendrán que sopesar las consecuencias geoestratégicas de las alternativas de respuesta. Estas podrían incluir la aplicación de mayores sanciones, que corren el riesgo de afectar a la población general justo en momentos en que por primera vez los rusos tienen una opinión más favorable que desfavorable de Estados Unidos, la realización de ciberataques y el apoyo a una insurgencia en Ucrania.
Más allá del recrudecimiento de tensiones que han sido comparadas por algunos con la crisis de los misiles, la habilidad (o no) de Putin de salir con la suya sin una retaliación disuasiva contundente no solo determinará el desenlace del enfrentamiento actual entre Rusia y Occidente, sino que podrá orientar también la conducta futura de otras potencias disruptivas o antagónicas, en especial China, en la escena mundial.