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Billetes para la ilegalidad

Armando Montenegro

05 de octubre de 2025 - 12:06 a. m.
“Colombia se aleja de la utopía de ser un país sin billetes”: Armando Montenegro.
Foto: Getty Images - Getty Images

Una economía sin billetes y sin monedas ya no es una utopía. El uso del efectivo debe reducirse en forma progresiva hasta casi desaparecer como resultado de la penetración de las tarjetas débito y crédito y, sobre todo, de los pagos y transferencias por medios digitales. Esto ya está sucediendo en países con estabilidad macroeconómica y baja informalidad —Suecia, entre ellos—, donde el valor del efectivo en manos del público fue del orden del 10 % del PIB en 1950, cayó al 3 % en 2000 y ahora se acerca al 1 % (en estos lugares, el efectivo lo usan los mayores de edad, menos familiarizados con lo digital, y pequeños grupos al margen de la ley).

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En cambio, en los países donde el imperio de la ley es tenue o, peor aún, donde crecen la ilegalidad, la criminalidad y la informalidad, el uso del efectivo no disminuye e incluso aumenta, a pesar de la difusión de los pagos digitales. En estos ambientes, los delincuentes, los evasores, los informales realizan sus transacciones con fajos y bolsas de billetes para asegurarse de que sus actividades no puedan ser detectadas por las autoridades.

En Colombia, en contravía de lo que se debía esperar de una economía que se digitaliza y se moderniza, el uso del efectivo ha crecido en forma explosiva desde finales de los años noventa del siglo pasado. En 1998, el valor del efectivo era de menos del 3 % del PIB, después de que, de acuerdo con lo esperado, había caído a lo largo de las décadas anteriores. Sin embargo, a partir de ese año, comenzó a crecer en forma continua: llegó al 5 % en 2012; y, desde ese momento, a pesar del uso de las tarjetas de crédito y débito y las billeteras digitales como Nequi y Daviplata, tuvo un crecimiento acelerado hasta llegar a casi el 8 % en la actualidad.

El gran aumento, contra natura, del uso de efectivo en Colombia está asociado, sin duda alguna, a la mayor producción y exportación de cocaína; el crecimiento de la minería ilegal; el contrabando; la evasión tributaria y la economía informal, actividades todas que han tenido un notable dinamismo en los años pasados. Cientos de miles de personas, involucradas en estas faenas ilícitas, todos los días realizan millones de transacciones con billetes, por crecientes valores billonarios, por fuera de los registros digitales, lejos de las posibilidades de control de las autoridades.

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Hay numerosas evidencias sobre el uso masivo del efectivo por fuera de la legalidad en Colombia: compras de ganado, vehículos, apartamentos, obras de arte, joyas e infinidad de pagos por servicios profesionales. Se sabe, además, de los pagos de extorsiones y rescates de secuestros con grandes cantidades de billetes. Se conocen fotos y videos de políticos recibiendo fajos de dinero; y la justicia investiga el reciente soborno del gobierno a destacados congresistas con cajas de cartón llenas de billetes de alta denominación.

En Colombia compiten dos tendencias. La del país formal, que cumple las leyes, utiliza transacciones digitales, y ahora el Bre-B, y que, como en los países avanzados, cada día usa menos billetes y monedas; la otra, que utiliza masivamente el efectivo para ocultar sus actividades prohibidas. Por ahora va ganando la segunda. Colombia, de esta forma, se aleja de la utopía de ser un país sin billetes y, si siguen las cosas como van, se acercará a una distopía de crimen e ilegalidad inundada de efectivo.

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