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Carlos Gaviria contra J. R. Ortega

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Armando Montenegro
15 de enero de 2008 - 08:10 p. m.
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Mientras que un amplio grupo de personas recibió bien el nombramiento de Juan Ricardo Ortega como secretario de Hacienda del Distrito, el jefe del Polo, Carlos Gaviria, expresó su rechazo: "El partido que eligió a Samuel es el Polo, de izquierda, y uno espera que la gestión en economía de una alcaldía de izquierda se distinga de una de derecha" (parece que, a ojos de Gaviria, el haber estudiado en el exterior, trabajado en el gobierno de Uribe y, sobre todo, ser un economista competente, convierten a Ortega en una persona de derecha, inaceptable).

Con este planteamiento Gaviria comete varios errores. El primero, político. Cuando leí la noticia del nombramiento de Ortega, pensé que él iba a ser el primero de tantos buenos economistas que podrían colaborar con un partido de centro izquierda, que rechaza la violencia. Si el Polo (o, al menos, dirigentes como Lucho Garzón) hiciera una convocatoria abierta a los intelectuales del país para llevar a cabo un proyecto reformista, recibiría el apoyo de un amplio grupo de profesionales capaces, muchos con posgrados y experiencia en el Gobierno y la academia. El error de Gaviria consiste en cerrar la puerta para impedir que personas de alto nivel, hasta ahora en el centro, en la oposición o en el limbo de un uribismo desencantado, apoyen su partido.

Su segundo error es más grave, es conceptual. No hay finanzas de derecha y finanzas de izquierda (la idea de que el equilibrio fiscal es de derecha, por ejemplo, y que el déficit es progresista, es una estupidez). Los partidos socialistas de Chile y de España han cimentado sus destacadas obras de gobierno en economías sólidas y fiscos sanos (no es una sorpresa que la socialista Bachelet esté produciendo un superávit fiscal del 5% del PIB, al tiempo que Uribe padece de un déficit en ascenso). Sus economistas tienen tantos posgrados y de las mismas universidades que los “cerebros” de los partidos de derecha.

La orientación de los gobiernos no se aprecia en el tamaño del déficit sino en las prioridades de sus gastos (que no dependen del trabajo técnico de un secretario de Hacienda sino de la línea política de un equipo de gobierno). Los gobiernos locales con interés social tienden a gastar más en educación y salud, mientras que los de derecha lo hacen en obras de ingeniería o en subsidios a las empresas (en la parte tributaria, tal vez por razones prácticas, no se aprecian diferencias en el manejo de  tributos como el predial o el de industria y comercio).

El tercer error de Gaviria se refiere a los aspectos prácticos del nombramiento del secretario de Hacienda. Ortega, con reconocimiento en los mercados y con llegada a la banca extranjera, podría representar con éxito al Distrito en las negociaciones internacionales. Y, por su conocida cercanía con el Gobierno central, también podría ser fundamental en la consecución de recursos nacionales para la financiación del Metro, el proyecto bandera del alcalde Moreno.

Los pronunciamientos de Gaviria recuerdan algunas de las críticas de Lucho Garzón a ciertos comportamientos de su partido. Hay un Polo, con vocación de minoría, que se aferra a grupúsculos de militantes, cierra la puerta a las mayorías, no reconoce las restricciones prácticas del ejercicio del Gobierno y desconfía de los tecnócratas de todas las profesiones. Y hay otro, abierto y moderno, que ya sabe que gobernar es distinto a hacer la oposición, y reconoce que necesita el apoyo de profesionales, académicos y amplios grupos de la opinión pública. Un partido reformista que aspira a gobernar a Colombia debería atraer, y no rechazar, a buenos economistas como Juan Ricardo Ortega a sus cuadros de militantes, colaboradores y simpatizantes.

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