CHINA GASTÓ MÁS DE 40 MIL MILLOnes de dólares en la construcción de una suntuosa red de infraestructura (aeropuertos, autopistas, hoteles) para sus Juegos Olímpicos. Y en esos mismos siete años, Estados Unidos orientó sus recursos fiscales (y los que no tenía) a emprender dos guerras.
Thomas Friedman del NYT se duele del contraste entre el ultramoderno aeropuerto de Shangai y el ruinoso La Guardia en Nueva York. Y concluye que de nada sirve ser fuerte en el exterior si se es débil en el interior (un punto repetido por los demócratas en su Convención de Denver). La prioridad, dice, debe ser reconstruir el interior de Estados Unidos.
Una reflexión parecida se escucha con frecuencia en Colombia. Algunos dicen que se viene gastando una suma gigantesca en la lucha contra la guerrilla, mientras que el país sufre enormes déficits sociales y de infraestructura. Concluyen que se debería recortar el presupuesto de defensa y trasladar esos recursos a otros fines.
Tanto Friedman como sus contrapartes colombianos se olvidan de la complejidad de las cosas. Estados Unidos, por su propia seguridad, no puede abandonar de un golpe y dejar botados Irak y Afganistán (por más insensata y abusiva que haya sido su entrada y su estadía en esos territorios). Y Colombia debe terminar la tarea contra las Farc y otros grupos terroristas. Su futuro depende del establecimiento de la seguridad y la justicia en su territorio.
No hay alternativa a manejar bien los escasos recursos que se asignan a los temas distintos a la seguridad. Tanto en Colombia como en Estados Unidos hay grandes quejas sobre lo que se ha hecho en esta materia en los últimos años.
Los discursos de la Convención demócrata relataron los crecientes problemas de salud, pensiones, pobreza, distribución del ingreso en Estados Unidos, originados en buena medida en las deficiencias del gobierno republicano. Colombia perdió una década en materia de infraestructura (el proyecto que representa bien este atraso es el de la Ruta del Sol, que debió arrancar en el año 2000 e inaugurarse tres años después, y que apenas ahora, con la orientación del Banco Mundial, va a ser licitado). El Gobierno se ha limitado a convertir en permanentes los programas sociales transitorios creados para hacer frente a los desastres de la recesión de finales de los años noventa. Ante el vacío, los jueces siguen orientando, de cualquier manera, la política social.
En Estados Unidos y Colombia (tal vez por inspiración del ejemplo gringo), se ha implantado una política tributaria plagada de descuentos y exenciones a los grandes contribuyentes. Su concepción se basa en el supuesto de que si éstos reciben más dinero, los beneficios, poco a poco, llegarán a los de más abajo (la llamada trickle down economics).
Mientras que Estados Unidos ha financiado sus guerras con una deuda astronómica e insostenible, Colombia ha optado por acudir a recursos tributarios transitorios que periódicamente se renuevan y cambian de forma: bonos de paz, bonos de guerra, impuestos al patrimonio, cuyos recaudos, aparentemente, se devuelven a los contribuyentes más grandes por medio de las exenciones fiscales. Con miopía, Colombia por ahora ha renunciado a modernizar y fortalecer su estructura tributaria (algo que se ha facilitado por la afluencia de altos ingresos transitorios).
A pesar de tantas coincidencias, también hay diferencias. La popularidad del presidente de Estados Unidos es baja, mientras que la del de Colombia es alta. Allá habrá pronto elecciones que definirán cuál partido gobernará el país. Acá no sabemos todavía cuáles serán las reglas del juego (quién podrá participar y quién no) en las próximas elecciones.