Publicidad

El rey y su gobierno

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Armando Montenegro
14 de febrero de 2010 - 04:59 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

A DIFERENCIA DE QUIENES HAN DEfinido su posición frente el presidente Uribe —lo aman o lo odian, apoyan su reelección o radicalmente se oponen a ella—, hay un grupo de uribistas que está sumido en la confusión.

Admira al líder carismático y frentero, aprecia su capacidad y consagración al trabajo, pero reconoce que su gobierno, en muchos aspectos, es deficiente. Al tiempo que valora la mejoría de la seguridad rural y los golpes a la guerrilla, admite que el manejo del transporte, la salud, las relaciones internacionales, la seguridad de las ciudades, la corrupción, entre tantas cosas, deja mucho que desear, o que es, francamente, calamitoso.

Este grupo parece repetir lo mismo que proclamaban los criollos hace doscientos años al comienzo del movimiento de emancipación: “Viva el rey, abajo el mal gobierno”. A pesar de la evidencia de que el gobierno no gobierna o gobierna mal, estas personas no son capaces de dar el paso de romper su dependencia, ciega y pueril (como lo analizó brillantemente Rudolf Hommes), de la recia figura paternal del Presidente, y comenzar a sostener que todo el régimen, rey incluido, debe ser reemplazado.

El propio Presidente ha alentado este punto de vista. Con frecuencia se pone del lado de sus gobernados, se aleja y critica su propio gobierno. Acepta las quejas, regaña y desautoriza a sus ministros y funcionarios. Mantiene la imagen de un soberano justiciero que está en contra del mal gobierno y alienta la esperanza de que las cosas bajo su mando pueden, algún día, cambiar.

Con el paso de los años, el grupo de uribistas confundido se pregunta si, en realidad, se pueden separar el rey y su gobierno. La resolución de estas dudas ya ha llevado a algunos de ellos, que hoy hacen parte de la oposición, a reconocer que para tener un mejor gobierno, hay que alejarse del monarca y declarar la independencia.

La Corte Constitucional o los plazos electorales (en realidad, el imperio de la ley) pueden jugar ahora el papel que tuvieron los ejércitos franceses hace algo más de doscientos años: tumbar al rey. Ante esta realidad, aun quienes, con dudas, quieren seguir proclamando su lealtad al soberano, a pesar de su sentimiento de orfandad y desprotección, tendrán que afrontar el riesgo de ser independientes. Tendrán que buscar las alternativas que les ofrezcan un mejor gobierno.

Ante la posibilidad de que el monarca deje de reinar, los candidatos uribistas se pelean por la sucesión. Hacen méritos para ganarse el favor de los uribistas de todos los colores. Para convocar a la mayoría, proclaman su dureza con la guerrilla y tratan de exhibir su firmeza para sustituir la recia figura paterna que deja el poder. Para convocar a los uribistas confundidos —esos que se quejan del mal gobierno— ofrecen, con timidez por ahora, una serie de correcciones. A medida que avance la campaña, con seguridad y con toda claridad, prometerán una extensa lista de rectificaciones a los errores del gobierno que expira.

Los uribistas más duros, sin embargo, tendrán la esperanza de que cuando el rey ya no esté, imperará la Patria Boba y se darán las condiciones para que en cuatro años pueda desembarcar el ejército de reconquista para restablecer al soberano caído. Por eso, los peores enemigos de un sucesor de Uribe, incluso si sale de sus filas, pueden terminar siendo sus súbditos más leales y más fanáticos.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.