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Energía y cambio climático

Armando Montenegro
24 de julio de 2022 - 05:30 a. m.

Las altísimas temperaturas y los recientes incendios forestales en Europa, Estados Unidos, India y Pakistán constituyen otra brutal advertencia de que el calentamiento global avanza en forma acelerada. Sin embargo, resulta infortunado que, ante la crisis energética, varios gobiernos estén tomando algunas medidas de corto plazo contrarias a la transición energética y la descarbonización del planeta.

La ola de calor ha elevado la demanda de energía necesaria para refrigerar casas y oficinas. Las sequías han causado racionamientos de energía hidráulica y fuerzan la instalación de fuentes de respaldo basadas en combustibles tradicionales. Las alzas en los precios de los combustibles, causadas por la guerra de Ucrania, atizan la inflación, empobrecen a millones de personas y amenazan a los gobiernos, que apresuradamente deben echar mano de soluciones que van en contravía de las necesidades de la lucha contra el cambio climático. Alemania está, otra vez, utilizando sus plantas térmicas con carbón y Estados Unidos busca afanosamente que Arabia Saudita y Venezuela eleven la producción de petróleo.

En medio de esta caótica situación, parece difícil evitar retrocesos y alcanzar a tiempo la necesaria transición energética. Infortunadamente, la cooperación internacional, indispensable para avanzar en estas materias, está entorpecida por el enfrentamiento entre China y Estados Unidos, así como por las dificultades y los alinderamientos estratégicos causados por la invasión rusa de Ucrania. Y a esto se suman los problemas internos de Estados Unidos, un país que debería liderar la lucha contra el cambio climático, hoy paralizado por la polarización interna. Los ambiciosos planes de Biden de acelerar la producción de energía renovable y generalizar el uso de carros eléctricos han colapsado por la oposición masiva de los republicanos en el Congreso y el reciente bloqueo del senador demócrata Joe Manchin.

A pesar de estos eventos que alientan el pesimismo, existe la esperanza de que, más allá de los afanes de corto plazo, esta crisis pueda constituir un incentivo para acelerar la transición energética. Decenas de millones de personas de todas partes son ahora más conscientes que nunca de la necesidad de la transición energética. Los altos precios de los combustibles y la inestabilidad de su oferta estimulan la masificación de vehículos eléctricos y el desarrollo de energías renovables. Francia se apresta a modernizar y ampliar sus plantas de energía nuclear, una vía que podrían seguir otros gobiernos. Así mismo, los países europeos, vulnerables a la suspensión de la oferta de gas ruso, están adelantando soluciones para garantizar su seguridad energética, sin perder de vista la descarbonización de sus fuentes energéticas en el mediano plazo.

Ante este panorama, Colombia debe continuar con su transición energética; eso sí, tomando las medidas necesarias para mantener la exportación de petróleo y asegurar la autosuficiencia en la producción doméstica de gas (el combustible de transición) en las próximas décadas. Al país no puede sucederle lo de Alemania, que, por razones ideológicas, clausuró prematuramente sus plantas nucleares y creó una peligrosa dependencia del gas ruso, cuyo corte ahora se ha convertido en una seria amenaza para el futuro de su economía y el bienestar de su población.

 

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