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Las entidades multilaterales ya comenzaron a revisar hacia abajo sus proyecciones para este y el próximo año. El impacto de la guerra en Ucrania y otros eventos de la economía mundial las obligan a hacerlo. El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, redujo su proyección de crecimiento de la economía mundial del 4,2 % al 3,6 % para este año y del 3,8 % al 3,2 % en 2023. En el ámbito regional, la CEPAL predice que las economías de América Latina ya no crecerán un 2,2 % en 2023, sino apenas el 1,8 %. Seguramente estas cifras continuarán achicándose en los próximos meses.
La guerra está afectando la economía global a través de numerosos canales. Los problemas de abastecimiento de petróleo, gas, alimentos y fertilizantes en los países en conflicto han producido una serie de choques de oferta por todo el mundo, que se han sumado a los que subsistían desde los peores días de la pandemia. Se ha acelerado el proceso de inflación en muchos países y esto ha obligado a los bancos centrales a retirar liquidez y elevar sus tasas de intervención. Los mercados mundiales sufren, en consecuencia, de inestabilidad y notable volatilidad. La guerra, además, ha afectado el comercio mundial, deteriorado el empleo y, mediante los precios de los alimentos, aumentado la pobreza o impedido su reducción.
Colombia ya está padeciendo estos problemas. El crecimiento de los precios ya superó el 9 % anual y el Banco de la República está comprometido en un ciclo alcista de sus tasas de intervención. El aumento de los precios de los alimentos ha impactado la capacidad de compra de las familias e impedido una disminución más acelerada de la pobreza causada por la pandemia. Se reconoce, sin embargo, que el efecto neto del incremento de los precios de los commodities es positivo para el sector externo, pues el alza de los bienes exportados (petróleo, carbón y café) es superior al alza de los importados (alimentos, fertilizantes y otros).
La tasa de crecimiento de la economía colombiana, a pesar de los eventos señalados, será satisfactoria en 2022, del orden del 5 % anual. Sin embargo, las cifras del año entrante necesariamente se deben revisar a la baja, especialmente el menor crecimiento de los socios comerciales y la caída del comercio mundial. Pero también, en los próximos meses, se comenzará a sentir el efecto del alza de las tasas de interés domésticas, cuyo propósito es atajar los excesos de demanda en la economía.
A lo anterior habría que agregar el impacto que podría tener una eventual reforma tributaria al comienzo del próximo gobierno, tal como la están proponiendo varios candidatos. A pesar de que el incremento de los recaudos es necesario para la sanidad fiscal y para financiar programas sociales urgentes, esta medida, sin duda, también frenaría transitoriamente el crecimiento económico.
Ninguno de los aspirantes a la Presidencia ha explicado cómo enfrentaría la difícil situación macroeconómica que tendrá que manejar a partir de agosto, la cual necesariamente impondrá restricciones a sus programas en la primera mitad de su gobierno. Se sabe, por ejemplo, que son irreales e inalcanzables las promesas de que el PIB va a crecer a tasas sostenidas del 5 % o el 6 % durante los próximos años. No están dadas las condiciones para que esto sea así. Esta discusión es clave para lo que resta del debate electoral.
