Con el paso de las semanas se ha ido moderando el optimismo con el que terminó el 2020. El año nuevo arrancó con un segundo pico de muertes y contagios, restricciones y toques de queda, fenómeno que, por fortuna, ha amainado en los últimos días. Se mantuvo, eso sí, la esperanza de que la pesadilla terminaría de un solo golpe con la llegada de las vacunas que, así fuera un poco tarde, inmunizarían a toda la población y la vida pronto volvería a ser como antes. La semana pasada, sin embargo, aparecieron sombras sobre estas expectativas.
La duda se sembró cuando se conoció que la vacuna de Oxford-AstraZeneca tenía solo una efectividad del 10 % frente a la peligrosa variante del virus aparecida en Sudáfrica. Pronto los expertos reconocieron que, en alguna medida, la eficacia de las demás vacunas disponibles podría ser menor a la prevista ante las variantes que puedan aparecer en los próximos meses.
A pesar de este hecho, los expertos concuerdan en que no hay ninguna razón para bajar la guardia en el proceso de aplicación masiva y acelerada de las vacunas existentes. Por el contrario, cuanto más rápido se controlen las infecciones, habrá menos oportunidades de que aparezcan nuevas cepas. Señalan también que, incluso si tienen menor efectividad frente a nuevas variedades, es altamente recomendable seguir adelante con la inoculación de toda la población.
De todas formas, observadores como los editorialistas del Financial Times piensan que la humanidad debe prepararse para convivir en forma indefinida con algunas formas del COVID-19. En lugar de una pandemia que desaparece, como la gripa española, ya se puede prever que, a punta de mutaciones, se convertirá en un virus endémico, con algunas semejanzas a la gripe, que debe ser enfrentado durante mucho tiempo.
Los desafíos y responsabilidades de los científicos y la industria farmacéutica serán enormes. Tendrán que desarrollar y modificar oportunamente las vacunas para que puedan hacer frente a las nuevas variantes que vaya adoptando el virus. Y los centros de investigación y experimentación, hasta ahora concentrados principalmente en las vacunas, también tendrán que dedicar sus esfuerzos a encontrar antivirales efectivos para el tratamiento y curación de los enfermos (recordemos, al respecto, que el sida solo pudo ser controlado por medio de medicamentos, pues no se ha podido desarrollar una vacuna). El apoyo generoso de los gobiernos a los mencionados esfuerzos de investigación y desarrollo serán cruciales.
El periódico británico también señala la urgente necesidad de una efectiva coordinación y cooperación internacional para combatir la infección en distintas partes del mundo y detectar a tiempo las nuevas formas del virus que, sin control, pueden diseminarse por todo el planeta. Sin una verdadera solución global, que beneficie a los países más pobres, ningún rincón del mundo podrá estar seguro.
En conclusión, muchos observadores sostienen que la lucha contra el virus será larga y difícil. Piensan asimismo que, aunque se supere la emergencia, la vida no volverá a la despreocupada normalidad de antes de la pandemia. Será, en palabras de The Economist, “coronanormal”: una vida sin cuarentenas, pero con vacunas frecuentes, máscaras, cierto distanciamiento social y protección especial permanente para los más vulnerables.