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Armando Montenegro
29 de enero de 2023 - 05:02 a. m.
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Hoy, cuando varios estudios muestran el retroceso de la democracia y el avance del populismo en el mundo, es interesante repasar la historia del ascenso de figuras como Hitler y Mussolini después de la Primera Guerra Mundial. En esta materia, es sobresaliente la biografía novelada del Duce, escrita por Antonio Scurati, M., un espectacular fenómeno editorial en Italia y fuera de ella.

En el primer volumen, El hombre del siglo, Scurati narra cómo, en un país cansado y empobrecido con la gran guerra, con millones de desempleados, Benito Mussolini deja el partido socialista y, con el respaldo de apenas un puñado de seguidores, funda el movimiento fascista y en pocos años llega al poder, el cual solo abandona cuando es ejecutado por milicianos, en 1945.

En su ascenso, entre 1915 y 1922, Mussolini se apoya en su periódico, Il Popolo d’Italia, y sus brutales camisas negras, y a punta de audacia y violencia, al final, con su célebre marcha sobre Roma, se apodera de la presidencia. Allí promueve una reforma electoral con la cual asegura sus mayorías y, pocos meses después, asume la dictadura y sepulta cualquier remedo de democracia.

Cuatro factores facilitaron la parábola ascendente de Mussolini: la debilidad de la democracia, manifiesta en su tolerancia o impotencia frente a la violencia de los paramilitares fascistas; la incapacidad de la policía y la justicia para impedir la intimidación y el asesinato de socialistas y otros adversarios del Duce; el ciego respaldo de muchos intelectuales que, obnubilados, endosaron sus actos de corrupción y violencia (aunque, con una visión actual, el apoyo más sorprendente fue el del liberal Benedetto Croce, también fueron relevantes los de Pirandello, Malaparte y D’Annunzio); y el apoyo suicida de los viejos partidos tradicionales a Mussolini, quien primero se sirvió de ellos para ascender para, luego, ya en el poder, proceder a destruirlos.

El método corriente de las camisas negras fue el de las palizas para intimidar y destruir a sus enemigos. Pero no pararon ahí. Con frecuencia, incendiaron las casas, los periódicos y sedes de los grupos rivales; y, no pocas veces, asesinaron a quienes las enfrentaban. El caso más destacado, con el cual se cierra el primer volumen de la biografía que comentamos, es el de la muerte, a manos de sicarios fascistas, del líder socialista Giacomo Matteotti, un hecho que precipita el fin de lo que quedaba de democracia en Italia en 1925.

Algunos de los fenómenos que facilitaron el despegue del fascismo se observan en la vida política de hoy. Entre ellos se destacan: la tolerancia interesada de la violencia —cuando favorece las causas de algunos grupos, al tiempo que se la rechaza cuando la ejercen sus opositores—; la mentira, la calumnia y el matoneo a los adversarios (evidente en esta época, por medio del abuso de las bodegas y robots de las redes sociales); la impunidad o complicidad de la justicia con ciertos actos de fuerza y corrupción de grupos y líderes agresivos; el torpe endoso de intelectuales liberales y el interesado apoyo de los viejos partidos tradicionales a las aventuras de los populistas, quienes, transitoriamente, antes de liquidarlos, reparten entre aquellos algunas migajas del poder.

El libro de Scurati muestra que la destrucción de la democracia en nuestro tiempo sigue conocidos libretos escritos hace cerca de 100 años.

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