En su interesante libro Breakneck*, Dan Wang nos dice que la gran diferencia entre China y Estados Unidos consiste en que el gobierno del gigante asiático es tecnocrático y está regido por ingenieros, mientras que la potencia americana está en manos de abogados. Los primeros construyen y edifican; los segundos ponen trabas y paralizan.
El comité central del partido comunista chino es una tecnocracia modernizadora, compuesta por ingenieros y científicos (ya en 2002 todos los miembros de ese organismo eran ingenieros). Desde los años de Deng Xiao Ping, China ha construido más del doble de todas las autopistas que hoy tiene Estados Unidos; una red de trenes de alta velocidad que duplica la de Japón; y una capacidad de generación de energía solar y eólica igual a la de todos los demás países del mundo.
En cambio, Estados Unidos, después de construir trenes, puertos, túneles y admirables autopistas hasta la primera parte del siglo XX, hoy exhibe una infraestructura atrasada y en estado de avanzado deterioro. Wang afirma que cuando los abogados gringos acapararon el poder, paralizaron la modernización de su país. Por los protocolos de su profesión, su obsesión por regular y litigar, además de su concentración en los procesos —no en los resultados— enredan, dilatan y finalmente impiden que se realicen las obras.
Wang insiste en que el problema de Estados Unidos es su excesivo número de abogados: 400 por cada 100.000 habitantes, una de las mayores cifras del mundo. Y cita varios estudios académicos que muestran que cuando esta cifra es elevada con respecto al número de ingenieros, se reduce la capacidad de un país para crecer y modernizarse.
Si bien una autocracia como la china puede producir resultados espectaculares en términos de infraestructura y crecimiento económico, también es capaz de cometer tremendos errores, especialmente en materia de ingeniería social. Por ejemplo, debido a su decisión de imponer la meta de que cada familia tuviera un solo hijo, hoy China experimenta una caída en picada de su población.
Este libro también nos hace pensar en Colombia, otro país en donde hacer grandes obras es muy difícil. En nuestro medio también existen poderosos sectores que hacen enormes esfuerzos para que no se haga nada. Celebran como grandes triunfos la paralización de la ampliación de la llamada autopista norte de Bogotá y la cancelación de varios proyectos de infraestructura. El avance del metro de nuestra capital, contra viento, Petro y marea, ha sido milagroso.
Para la complacencia de muchos, al paso que vamos, Colombia no tendrá en lo que resta de este siglo dobles calzadas completas entre Bogotá y las costas, y tampoco buenas carreteras que conecten a sus principales ciudades. Wang nos diría que esto sucede porque este país tiene muchos más abogados que ingenieros cerca del poder; y se podría añadir que con frecuencia el derecho se utiliza en nuestro medio como una disciplina subordinada al ambientalismo radical y al decrecimiento económico militante.
Existen, por fortuna, motivos de optimismo. La satisfacción de la ciudadanía con el avance del metro de Bogotá es una señal de que detrás del ruidoso fanatismo de los obstruccionistas existe una mayoría silenciosa que quiere progresar y modernizar a nuestro país.
* Dan Wang (2025) Breakneck, China’s Quest to engineer the Future. New York, Norton.