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Vienen apareciendo señales de riesgo en los mercados de capitales de Estados Unidos y otros países. Después de un enorme crecimiento de las bolsas de valores, impulsado por las acciones de las firmas de inteligencia artificial, se han observado grandes fluctuaciones y advertencias de posibles pérdidas futuras. Algunos estudios muestran que se está presentando una burbuja insostenible, pues las valorizaciones en las bolsas no corresponden con la realidad de los ingresos y utilidades esperados.
A este hecho se suma el creciente desorden fiscal del gobierno norteamericano. Su déficit supera el 6 % del PIB y se estima que la gigantesca deuda, que ya llega al 125 % del PIB, es impagable. En algún momento, los mercados de los títulos del Tesoro tendrán que reflejar esa realidad.
El sostenimiento de las valorizaciones de empresas como Nvidia y la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos siga colocando gigantescas cantidades de títulos de deuda en el mercado dependen de que la economía de ese país siga creciendo, impulsada por enormes inversiones en proyectos tecnológicos, y que se reduzca el nivel de riesgo y la incertidumbre. Nada de esto está asegurado y, más bien, hay temores de que ocurra lo contrario.
Varios analistas sostienen que muchas de las altas valoraciones de acciones están sustentadas en compras financiadas con préstamos de firmas de crédito privadas, no bancarias, cuyo monto exacto se desconoce. Al mismo tiempo, el gobierno de Trump está desmontando regulaciones que impiden prácticas financieras inseguras, como las que facilitaron la gran crisis de 2008. Como ya se han observado algunas quiebras aisladas entre estas empresas de crédito privado, el presidente de JP Morgan señaló que “cuando se encuentra una cucaracha, es muy posible que haya muchas otras”.
Es difícil predecir el futuro inmediato en estas materias. Lo único cierto es que el riesgo es ahora mucho más elevado y que las economías y los distintos agentes deben tomar precauciones, evitar prácticas temerarias y tratar de blindarse de posibles tormentas. Nada de esto se está haciendo en Colombia.
Ante los riesgos que se ciernen sobre la economía norteamericana, que podrían tener graves consecuencias en la economía mundial y, en particular, en la nuestra región, Colombia debería tratar de protegerse de los daños que pudieran llegarle del exterior. Infortunadamente, sucede todo lo contrario. El déficit fiscal está en niveles récord, ha aumentado el riesgo país, el manejo de la deuda pública es alocado, y es cada día más difícil y costoso financiar el desequilibro del gobierno. Como si esto fuera poco, debido al enorme crecimiento del consumo público y privado, ya se observa un preocupante incremento del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos. La economía colombiana, en otras palabras, es cada día más frágil y vulnerable.
Este sombrío panorama recuerda vívidamente la situación del país en 1997 y 1998, cuando en medio de un alegre desorden macroeconómico, con inusitada fragilidad financiera doméstica, se precipitaron las crisis en Rusia y varios países del Asia, y Colombia sufrió la mayor recesión de su historia y padeció un enorme aumento del desempleo y la pobreza (el costo social de la irresponsabilidad macroeconómica).
Este tema debe estar en el centro de la campaña electoral que se avecina.
