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Los periodistas de Estados Unidos que visitan China cuentan que, con frecuencia, los líderes de ese país les preguntan si Trump ha puesto en marcha su propia revolución cultural. Los chinos tienen en mente, por supuesto, la revolución cultural impulsada por Mao en 1966, orientada, supuestamente, a la erradicación de los vestigios capitalistas que subsistían después de casi veinte años del régimen comunista (vista en perspectiva, varios autores sostienen que, en realidad, se trató de una estrategia de Mao y sus secuaces para mantenerse en el poder). En desarrollo de esta revolución se atacaron las agencias del propio gobierno, acusadas de estar infiltradas de elementos contrarrevolucionarios; se purgó a las universidades, los intelectuales, los libros, la música y todo lo que se considerara burgués. Fue un período sangriento en el cual murieron entre uno y dos millones de personas y se cometieron horribles atrocidades con un enorme costo humano. La pesadilla solo terminó con la muerte de Mao, la caída de la llamada Banda de los Cuatro y el ascenso de Deng Xiaoping.
Es evidente que muchas de las acciones que ha tomado el nuevo Gobierno norteamericano recuerdan elementos centrales de esa revolución cultural, eso sí, de signo político contrario. Al parecer, se trata de borrar de raíz lo que se considera liberal, progresista y lo que se denomina “woke”, con un ánimo de revancha, “retribution”, contra quienes se han opuesto o criticado al presidente.
Los masivos ataques dirigidos por Elon Musk contra el propio Gobierno y la burocracia tienen todas las características de una purga. Asimismo, el alud de órdenes ejecutivas y el desafío a las cortes tienen algunas semejanzas con las medidas que perpetró Mao contra importantes componentes del gobierno y la sociedad china.
La embestida contra las instituciones de la educación y la cultura es impactante. Se está arremetiendo agresivamente contra las universidades del Ivy League, bastiones de ideas liberales y la libertad de cátedra, recortando fuertemente los recursos para la investigación y paralizando importantes proyectos científicos. Desde la Secretaría de Salud, bajo la dirección de Robert Kennedy Jr., se impulsan políticas contrarias a la ciencia médica. Trump propone la eliminación del National Endowment for the Arts y la red de televisión pública (PBS), y, en forma desafiante, a pesar de su escasa cultura personal, se ha instalado a sí mismo como director del Kennedy Center en la propia ciudad de Washington. Animados en esta cruzada, en varios estados se prohíben libros y películas, y se toman medidas inspiradas en grupos religiosos extremistas.
Una gran diferencia entre la revolución cultural china y la de Trump consiste en que la primera causó violencia, desorden y zozobra en su propio país, pero no tuvo grandes repercusiones internacionales. En cambio, la del actual presidente de Estados Unidos, por la vía de la guerra comercial, ha involucrado a amigos y enemigos, aliados y adversarios, en una confrontación económica de impredecibles consecuencias. Y, asimismo, suspendió la agencia de ayuda internacional Usaid, por medio de la cual se apoyaban proyectos económicos y sociales en distintos países del mundo, y se propone silenciar las emisiones de Voice of America, una red que difundía por el mundo los valores de ese país.
