Hernando Gómez Buendía acaba de publicar un extraordinario libro: La verdadera historia de Colombia (Bogotá, Rey Naranjo Editores) en el que nos ofrece “una crónica, una radiografía y una guía” para entender la vida del país desde la independencia hasta la elección de Gustavo Petro.
Entre los méritos de este texto se encuentra que el autor, de acuerdo con su vasta formación académica, incorpora aportes de las ciencias sociales, en especial, los de la sociología, la economía y el derecho. Y, además, sitúa los temas colombianos dentro de una perspectiva internacional, pues considera que “somos el capítulo local de procesos nacidos más allá de las fronteras”.
La historia de Colombia, según Gómez Buendía, “es ante todo la historia del Estado-nación colombiano, el que empezó a existir oficialmente aquel 20 de julio de 1810; el país precolombino y el país colonial son importantes solo en la medida de las huellas que dejaron para la posteridad”. Uno de sus planteamientos centrales es que lo que se ha logrado en materia de consolidación de la democracia y el consenso republicano, en medio de grandes dificultades, constituye el principal activo de los colombianos.
El autor muestra cómo el avance en la construcción del Estado colombiano tuvo lugar en un país afectado por intensos episodios de violencia política. Gómez Buendía señala, sin embargo, que, a pesar de la desigualdad y la exclusión, “en la historia de Colombia han predominado los períodos de paz sobre las épocas de violencia”.
De acuerdo con su visión, el país ha pasado por tres grandes etapas de violencia: política, las guerras en el centro, desde 1810 hasta la Guerra de los Mil Días, impulsadas por los dos partidos tradicionales; el desplazamiento de las guerras hacia la periferia, especialmente entre 1948 y 1964; y las guerras de la periferia, promovidas por élites emergentes, financiadas fundamentalmente por el tráfico de drogas, que, en opinión del autor, terminaron en 2016, con el acuerdo con las FARC. Lo que queda ahora, dice, es una violencia política “residual”.
En cuanto a la violencia política de las décadas pasadas, la de las guerras de la periferia, Gómez Buendía sostiene que las guerrillas perdieron porque nunca tuvieron ninguna posibilidad de tomarse el poder. Y señala que el Estado solo ganó cuando tuvo la voluntad de derrotarlas; lo logró por medio del fortalecimiento de su escasa capacidad militar. El balance de esas guerras fue terrible: “ni la terquedad de los señores de las FARC, ni el despiste del ELN, ni el aventurerismo del M-19 trajeron la justicia social a Colombia. Pero le hicieron un daño inenarrable a Colombia”.
Sobre este daño, Gómez Buendía dice que el informe de la Comisión de la Verdad, creada en el acuerdo con las FARC, relató los hechos y presentó las estadísticas de los crímenes de todos los actores armados, pero tuvo un grave defecto: no denunció “la agresión injusta de unas guerrillas criminalizadas contra el Estado de derecho, con la expresa intención de establecer un régimen presumiblemente comunista y sin el consentimiento de los ciudadanos”.
Consciente de que estos breves comentarios no le hacen justicia a esta extensa y polémica obra, quiero invitar a su lectura, convencido de que, a medida que se difunda, ella será un texto obligado para el estudio de la historia y los problemas del país.