En su interesante biografía política de Gabriel Turbay, Olga L. González nos presenta un revelador retrato de Jorge Eliécer Gaitán, en el que aparecen rasgos y gestos que, en numerosos aspectos, coinciden con los perfiles de los líderes más conservadores de la política colombiana.
González señala que Gaitán fue esencialmente un gran agitador, no un hombre de ideas. Su estrecha conexión con las masas no se originaba en sus programas y planteamientos sociales progresistas; fue el resultado de su poderosa oratoria y, sobre todo, del uso eficaz y masivo de la propaganda. Como otros caudillos de su tiempo, fue un pionero en Colombia de la hábil utilización de la radio.
Sus gestos dramáticos, sus emotivos discursos y su forma de hacer política replicaron las prácticas que observó de primera mano en la Italia de Mussolini. Creó milicias uniformadas que cantaban himnos y recibían condecoraciones. Constituyó ruidosas fuerzas de choque callejeras que, con alguna frecuencia, utilizaron la violencia contra sus adversarios. Sus lemas y consignas provenían de pensadores y políticos de la derecha: la frase con la que terminaba sus discursos, “¡A la carga!”, fue tomada del ultraconservador Silvio Villegas; la división entre el “país político y el país nacional” se originó en la obra del monarquista Maurras; y el estribillo: “Si avanzo, seguidme, si me detengo, empujadme...” fue copiado del propio Duce.
Cuando hablaba despectivamente del “país político” se refería al país de los políticos de la democracia representativa, los del Congreso, los partidos, especialmente el Liberal, el presidente y sus ministros. Se presentaba como el caudillo carismático que, en la mejor tradición populista, tenía una conexión directa, sin intermediarios, con el “país nacional”, con las multitudes indignadas y oprimidas: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.
Muchas de sus ideas serían inaceptables en el mundo de hoy, incluso en los círculos de la derecha. González nos recuerda que Gaitán tuvo posturas antisemitas, racistas y xenófobas; su campaña atacó rastreramente a Turbay llamándolo “turco” y “extranjero”. Se opuso a un aumento de salarios a los obreros con el argumento de que ellos se lo beberían y algunos contraerían sífilis en los burdeles. Defendió con éxito a Zawadzky en el juicio por el asesinato del amante de su esposa proclamando: “Homicidio sí; pero homicidio guiado por noble y generoso sentimiento”.
Fue rabiosamente anticomunista y no defendió las realizaciones de la república liberal en favor de los trabajadores. Por esta razón, los sindicatos y el partido comunista apoyaron a Turbay en la crítica elección de 1946.
González relata las estrechas relaciones de Gaitán con Laureano Gómez y otros líderes del Partido Conservador: su cercanía personal, sus afinidades intelectuales y los apoyos monetarios y logísticos que recibió de ellos en la campaña de 1946. Aunque esto pudo deberse a conveniencias tácticas para derrotar al partido liberal, no dejan de sorprender las semejanzas entre estos personajes.
Este libro contribuye a revalorizar los avances sociales de los gobiernos liberales y la trayectoria de figuras progresistas como Gabriel Turbay opacados por el mito de Gaitán.
Olga L. González (2025), El presidente que no fue: La historia silenciada de Gabriel Turbay. Bogotá, Universidad de los Andes.