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Pääbo, Putin y los huracanes

Armando Montenegro

09 de octubre de 2022 - 12:30 a. m.

En medio de las amenazas de Putin de usar sus armas nucleares y el impacto del calentamiento global —asuntos que hacen temer por el futuro de la humanidad—, la Academia Sueca anunció que el Premio Nobel de Medicina recayó en Svante Pääbo, científico sueco que reveló numerosos secretos sobre la evolución de los seres humanos a lo largo de miles de años.

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Pääbo quiso ser antropólogo en su juventud, interesado en develar los enigmas de las momias egipcias. Pero el desarrollo de su carrera académica lo llevó a la biología y a la genética molecular, en particular al estudio del ADN de restos de huesos fósiles. Con su trabajo de varias décadas, hizo espectaculares descubrimientos sobre el pasado del hombre, algo que jamás habría podido realizar con la arqueología tradicional.

En su esfuerzo por desentrañar la historia humana de hace 30.000 y 70.000 años, Pääbo le dio forma a la paleogenética, una novedosa rama de la ciencia que investiga el lejano pasado de los seres vivos, a partir del estudio del material genético encontrado en restos de organismos antiguos.

Hasta hace unas décadas se pensaba que hace más de 100.000 años el mundo estaba habitado, por lo menos, por seis especies diferentes de hombres que conocían el fuego, el lenguaje y fabricaban numerosas herramientas, y ocupaban distintas partes del planeta; entre ellos, el Homo sapiens en África, el Neandertal en Eurasia y el Homo soloensis en Indonesia. Se pensaba, así mismo, que con la expansión del Homo sapiens desde África las demás especies simplemente desaparecieron —en una forma nunca bien comprendida— y que, en consecuencia, todos los humanos seríamos exclusivamente descendientes de nuestros antepasados africanos.

Pääbo contradijo esta tesis, pues probó que, durante miles de años, el Homo sapiens y las otras especies de humanos convivieron, tuvieron sexo e hijos. Sus estudios muestran que del 1 % al 4 % del genoma de los europeos y de la gente del Oriente Medio de hoy es heredado de los neandertales, y que cerca del 6 % del genoma de los melanesios y los aborígenes de Australia proviene de los denisovanos. Para llegar a estas conclusiones, Pääbo tuvo que descifrar, primero, el ADN de los extintos neandertales y denisovanos, para compararlo con el de las personas contemporáneas.

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Más allá de los intereses puramente académicos, el hecho de que las personas de hoy no tengamos la misma carga genética tiene importantes consecuencias prácticas, también estudiadas por el nuevo nobel. Pääbo demostró, por ejemplo, que quienes tienen herencia neandertal corren mayores riesgos si se contagian de COVID-19. Encontró también que la gente del Tíbet, beneficiada por la herencia de los denisovanos, se adapta mejor a la altura.

Los impresionantes estudios de Pääbo motivan una reflexión sobre el pasado y el futuro de la humanidad, los riesgos que la acechan y sus posibilidades de conducir y modificar su destino. Aunque Yuval Harari y otros pensadores creen que, por numerosas razones, es improbable que la humanidad siga existiendo dentro de 1.000 o 2.000 años —un breve período frente a las decenas de miles de años que tomó la evolución para llegar al sapiens moderno—, las crecientes amenazas que se ciernen sobre ella podrían alterar y recortar notablemente las formas de la vida humana tal como la conocemos.

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