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LA PRENSA INTERNACIONAL INSIS TE en que, como en la Dinamarca del príncipe Hamlet, algo —mucho, en realidad— está podrido en Venezuela.
Cerca de 100.000 toneladas de carne y otros productos que se descomponen en Puerto Cabello. Mientras tanto, en medio de una escasez creciente, los precios de los alimentos aumentaron un 21% en los primeros cinco meses de 2010.
Éste es el resultado de la decisión de Chávez de nacionalizar la compra y distribución de alimentos. Como más del 70% de los alimentos que consumen los venezolanos es importado, el presidente ordenó a PDVSA que constituyera una subsidiaria, PDEVAL, para garantizar la cacareada “soberanía” alimentaria y eliminar a los intermediarios privados que llama “especuladores y acaparadores”. Y para la venta al detal, Chávez creó una empresa denominada Mercal.
Una parte del problema son los puertos, antes manejados por empresas privadas, ahora en manos del gobierno venezolano (51%) y el cubano (49%). El despacho y el manejo de la carga son caóticos, paquidérmicos, y contribuyen al deterioro de los alimentos. Es como si en Colombia, por razones ideológicas, decidiéramos volver a crear la infame Colpuertos y le devolviéramos las responsabilidades que tuvo hasta 1991.
Ya que los incompetentes burócratas bolivarianos no conocen de estos negocios, campean la corrupción, el desorden y el desperdicio. La plata se pierde, la comida se pudre y no llega a los pobres.
El escándalo se convirtió en un asunto internacional el 15 de junio cuando República Dominicana tuvo que devolver más de sesenta contenedores que Venezuela había enviado como apoyo humanitario a Haití porque contenían atún, leche y pastas vencidas.
La mayor podredumbre no es la de la comida, sino la del régimen. The Economist insiste en que el gobierno sabe destruir el orden existente, pero es incapaz de crear uno nuevo. La ceguera ideológica y la imposición anacrónica de un socialismo estatista en pleno siglo XXI han alentado la corrupción, el caos y la irresponsabilidad.
Como Chávez es incapaz de reconocer que éste es el resultado de sus decisiones, acusa a las “oligarquías” de sabotajes y le declara la “guerra económica” al sector privado. Quiere profundizar su socialismo y atacar al Grupo Polar y las pocas otras empresas privadas de alimentos que subsisten. Habrá más podredumbre y hedor, y aumentarán los padecimientos de los venezolanos.
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Hay que celebrar la designación de Juan Carlos Echeverry como el ministro de Hacienda del nuevo gobierno. Juan Carlos se ha preparado, paso a paso, con lujo de competencia, para dirigir la economía del país. En línea con la mejor tradición de la tecnocracia colombiana, Echeverry exhibe una sólida capacitación académica y una larga y exitosa carrera profesional en el Banco de la República, el DNP, la Universidad de los Andes y la consultoría privada. Con el enorme apoyo político del gobierno Santos, el nuevo ministro está en una privilegiada posición para adelantar las grandes y represadas reformas económicas que necesita el país.
De igual manera, la llegada de Juan Carlos Pinzón a la Secretaría General de la Presidencia es una garantía de seriedad, profesionalismo y decencia. Sus estudios en el exterior, su consagración al trabajo y el éxito que ha alcanzado en los distintos cargos del Estado son una garantía tanto para el gobierno como para los gobernados.
