Regalías y prioridades

Armando Montenegro
21 de octubre de 2018 - 06:30 a. m.

El manejo de los recursos públicos en Colombia exhibe algunos rasgos absurdos. Se han creado presupuestos cerrados, autónomos, verdaderos compartimientos estanco, que impiden que la plata del Estado llegue a donde más se necesita. Por este motivo, aunque, en forma global, existen fondos suficientes, es imposible solucionar problemas y se crean fallas en la atención de servicios esenciales, con un grave impacto sobre la población más pobre.

Los ejemplos son numerosos. El sector de la salud necesita una gran cantidad de fondos para que se cancelen enormes pasivos de departamentos y municipios con las EPS y los hospitales; se requieren grandes volúmenes de inversión en las universidades y escuelas públicas, tal como se ha debatido en las últimas semanas; hay carreteras desfinanciadas, sin que se disponga de plata para construirlas. Frente a estos y otros casos deficitarios, el presupuesto general de la Nación, limitado por falta de recursos, poco o nada puede hacer para solucionar las dificultades.

Existen, sin embargo, billones de pesos sin gastar en el sistema de regalías. Y, además de los billonarios compromisos contraídos con los municipios y departamentos, en medio de una complicadísima tramitología se hacen esfuerzos por inventar nuevos proyectos para involucrar todavía más recursos en asuntos que no son tan prioritarios frente a los de la salud, la educación o las vías de comunicación (asuntos que constituyen la versión original de la mermelada).

Como el país no cuenta con un sistema único de presupuesto, donde se contemplen en forma panorámica tanto la totalidad de recursos disponibles como las necesidades y prioridades de las regiones, se dejan desfinanciados importantes proyectos de inversión, al tiempo que se permite que se mantengan bolsas de fondos sin gastar, enfocadas a atender, con frecuencia, proyectos menos urgentes.

Poco a poco, el país ha comenzado a entender que los recursos de las regalías deben dirigirse a financiar las grandes necesidades de las regiones. Por este motivo, el gobierno anterior logró que se destinaran algunos componentes de las regalías para la construcción de vías terciarias relacionadas con el posconflicto. Y, la semana pasada, el presidente Duque propuso que se orientaran algunos recursos de las regalías para las urgentes inversiones de la educación pública.

Aunque estos son pequeños pasos en la dirección correcta, son claramente insuficientes frente al déficit de inversión en áreas fundamentales de la acción del Estado. Se necesita una reforma profunda a las regalías. En lugar de un sistema kafkiano de porcentajes y retorcidos comités, es necesario establecer prioridades, dentro de una visión general de las necesidades regionales. Los recursos de las regalías deberían, en primer lugar, atender los requerimientos de inversión en salud y educación de departamentos y municipios (allí se deberían incluir partidas para cancelar las deudas atrasadas de esos entes territoriales que contribuyen a tener en jaque a esos sectores). Solo después de que se atiendan apropiadamente estas prioridades y otras como las del agua potable y la nutrición infantil, se debería pasar a estudiar la aprobación de proyectos en deporte, inversión productiva, parques, vías urbanas y otros asuntos semejantes que hoy tienden a copar los esfuerzos para comprometer la plata de las regalías.

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